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Juan Gris | La guitare sur la table

El cartel, el saber y la Escuela de Lacan

María Josefina Sota Fuentes

¿Por qué Lacan propone la producción de un escrito propio elaborado en un pequeño grupo de cuatro, más-uno, colocada a cielo abierto para la crítica y control de la Escuela? ¿Por qué, en la composición del célebre trípode freudiano de la formación del analista, Lacan no agregó al análisis y al control, el aprendizaje de la teoría psicoanalítica en seminarios, cursos y coloquios, pero creó el dispositivo del cartel como el lugar propio para la elaboración del saber que conviene al psicoanalista?

El principio del cartel que incita a colocar algo de sí en el saber que se elabora, no sin el Otro de la Escuela, converge con la noción de nuestro inconsciente que Lacan en 1964 distingue del inconsciente post-freudiano, lugar de las divinidades de cuyas profundidades emanaría un saber ya acabado, muerto, a la espera del desciframiento por el psicoanalista hermenéutico. Rompiendo también con la sacralización de la teoría por los post-freudianos, que se dedicaban a la letra muerta del padre del psicoanálisis, Lacan revitalizó el inconsciente como un corte, ruptura por donde se abre la hiancia de un real imposible de simbolizar, revelando el carácter de semblante de todo saber que reposa sobre un agujero. Esto requiere del analista en formación continua no el aprendizaje de un saber listo, pero sí su enunciación en el saber que así se produce, con el fin de mantener vivo el inconsciente y el propio psicoanálisis.

Por eso, el cartel no es un grupo de estudios, un lugar donde se adquiere una teoría: La apuesta es que el más-uno perfore las identificaciones imaginarias entre los miembros y la demanda de un saber listo dirigido al amo que alimenta la inercia de la pasión de la ignorancia. El cartel puede ser así el lugar donde la pregunta singular de cada Uno se enlaza al colectivo para producir un escrito propio, desde que el más-uno sustente ese lugar, de causa, de la Cosa freudiana, como un agente provocador del trabajo que haga presente el agujero en el saber, sin dejar caer el psicoanálisis mismo.

El Cartel, del latín cardo, la bisagra es así el lugar de un lazo que puede articular, sobre todo en los tiempos actuales del Otro que no existe, lo singular de cada Uno al Otro de la Escuela; el saber que se produce en una análisis con el saber textual del psicoanálisis, y sobre todo, en la puerta de entrada, articular el exterior al interior de este campo para aquellos que se aproximan de la Escuela y que, con el trabajo de carterlizantes, en ella pueden insertarse.

Hacer cartel es hacer Escuela

Es necesario recordar también que en el Acto de Fundación, Lacan inventó el cartel como órgano de base de su Escuela en respuesta a la IPA, a la que llamó irónicamente de SAMCDA -Sociedad de Asistencia Mutua Contra el Discurso Analítico-, que se edificó, según la interpretación de Lacan, justamente para que sus miembros, los analistas, pudieran asegurarse recíproca e imaginariamente de que «El» analista existe. Por tanto, fundaron una sociedad alrededor del legado de Freud, el Padre muerto del psicoanálisis, que garantizara a todos allí la identificación imaginaria al amo que funcionara -en la Psicología de Masa de los analistas-, como un Ideal del Yo, punto desde donde cada uno de los analistas se ve reconocido y amado como tal, gracias a la operación del recalque que vela el real en juego, en este caso, saber que «El» analista simplemente no existe ni en la mejor lista de analistas.

La letra muerta freudiana, siguiendo la interpretación de Lacan, vino justamente como un tapón para nada saber de ese agujero de lo real del grupo, del cual Lacan parte para situarlo en el corazón de la Escuela que el entonces funda, erguida a partir de la pregunta: ¿Qué es el analista?, y consecuentemente, ¿qué es el psicoanálisis?

Ir más allá de esa sacralización del psicoanálisis y de los conceptos psicoanalíticos es lo que propone Lacan en el acto de separación también del inconsciente freudiano. Así, entre el Inconsciente determinado por las leyes del significante de un primer Lacan lector de Freud, al Inconsciente que se conecta a un real -él mismo indeterminado-, está el corte de 64, del que nació la Escuela de Lacan y el Cartel como órgano de base, ese objeto separador con el cual Lacan responde de una sola vez a los impasses de los efectos imaginarios del grupo que irguieron una IPA contra el discurso analítico, como también indicando el saber que conviene al psicoanalista.

Lacan, en 1964, propone entonces una Escuela no de analistas, pero para el psicoanálisis, lo que es diferente. En su entrada, él designaba no el analista, y sí el «trabajador decidido», o sea, el cartelizante que realizará un trabajo, o mejor el trabajo de la Escuela, que es el de hacer avanzar la cuestión sobre el psicoanálisis y el analista.

Una Escuela para el psicoanálisis implica que sus trabajadores puedan enfrentar la angustia delante de lo real que emerge. Es la lección de Lacan de su Seminario anterior sobre la angustia. Nada más previsible, Freud ya nos enseñaba eso, que defenderse, protegerse delante de la movilización de la angustia que irrumpe frente al real que se desvela, como cuando se retira una respuesta que obturaba el agujero en el saber, que Lacan designó con el matema S(/A) tachado. La angustia de los analistas puede ser así apaciguada en el grupo que se garantice en esa Asistencia Mutua que parte del desconocimiento de la Causa analítica misma, o sea de la Cosa Freudiana que la propia Institución como grupo tiende a dejar caer, cuando el que por estructura debería soportar ser un resto caído, desecho, sería el analista mismo.

Cuanto más el analista se garantiza, tanto más se deja caer el psicoanálisis mismo. Por eso mismo, tampoco se trata de dispensar el colectivo, la Institución, que es justamente el caso del analista solitario que garante a sí mismo y que no necesita del Otro para interrogarse sobre el lugar del analista y construir un saber sobre la experiencia de la cual él mismo toma parte.

La Escuela con sus dispositivos – el Pase, el Cartel, la permutación de las instancias-, son los antídotos que Lacan inventó para minimizar los efectos imaginarios del grupo contra el discurso analítico, pero que tampoco garantizan que los analistas en su Escuela no dejarán caer el psicoanálisis mismo. Razón por la cual el mismo disolvió su Escuela sacrificando la institución en favor del psicoanálisis.

Hoy para nosotros ciertamente la IPA no es más una cuestión como fue en el 64 para Lacan. Tal vez, frente al saber del discurso de la ciencia aliado al discurso capitalista contra el saber inconsciente, la elaboración del saber en el Cartel todavía pueda ser una apuesta política importante. Pero, sobre todo, no podemos dejar de preguntarnos: Si dejamos caer el Cartel, ¿que vendría en su lugar? ¿La Asistencia Mutua normal del grupo como defensa contra el psicoanálisis?

Tendríamos otras respuestas para la pregunta que Lacan se hace precisamente en el 15 de abril de 1975, en su Seminario RSI: ¿Por qué el cartel?

Será entonces la vez de fundamentar la respuesta en el nudo borromeo a los efectos imaginarios inevitables del grupo, en el colectivo que el psicoanálisis finalmente tampoco puede dispensar. El más-uno podrá ser entonces ese líder que no es el líder opresivo/represivo que aplasta las diferencias, ni el que rechaza el real sobre el cual reposa todo grupo, sino aquel que garante el anudamiento borromeo enlazando cada cual al uno colectivo más digno.

Podemos entonces dispensar el Nombre-del-Padre, como quiso Lacan en 64, bajo la condición de nos sirvamos de él, no como una falsa garantía que vela lo real que nos concierne, sino como una causa, la Cosa freudiana que reposa sobre un agujero, para no dejar caer el psicoanálisis mismo.

Traducción de Paola Salinas (Coordinadora de la Comisión Nacional de Carteles de la EBP)

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