Actualmente participo en un cartel que tiene por título, «Goce en la experiencia psicoanalítica». El recorrido que emprendimos inició con los fundamentos en Freud, quien tuvo la genialidad de identificar el punto donde lo psíquico y el cuerpo se encuentran en una fuerza constante, con una necesidad de satisfacción paradójica y que se da más allá del principio del placer. Miller en los «Paradigmas del goce» (La experiencia de lo real en la clínica psicoanalítica) hace referencia a los distintos momentos de lo que es el goce en Lacan y a partir de ahí surge la siguiente pregunta: ¿cómo se presenta el goce sin sentido en los síntomas contemporáneos? y ¿cuál es la orientación frente a esa fijación de goce?
Los síntomas contemporáneos están marcados por un padecer, pero que en su interior esconden una solución. Éstas están cargadas de un importante sufrimiento, son un insoportable que los desborda y que los deja encerrados en un quehacer que parece perpetuo. Fijados en un síntoma que produce cierta satisfacción, pero que a su vez, en algunos casos genera la demanda a un analista: «quiero dejar de hacerlo». Actuar desde la práctica del psicoanálisis, no tiene el mismo fin que la psicoterapia, en lugar de curar, comprender el síntoma en su funcionamiento es uno de los movimientos que un analista realiza, al contrario de pretender extinguirlo.
Preguntarse por la función de cada síntoma, es un aspecto que está presente desde los primeros momentos en un análisis. Las toxicomanías, bulimias, dificultades académicas y de «adaptación» escolar, eventualmente tienen como marca la soledad, dado que son actos llevados a una especie de aislamiento, de fractura con el Otro, que termina en un gozar solo.
«Gozar solo» produce ya sea en los padres, instituciones educativas, o en personas cercanas al sujeto, una separación que se vuelve insoportable para los espectadores de alguien que ha perdido el interés en su mundo circundante y que se ha fijado en un goce excluyente. Incluso son estos «otros» muchas veces quienes solicitan a un analista, lo que tiene como resultado que el sujeto que asiste no presente una demanda de análisis.
Esta soledad que parece empujar el superyó contemporáneo, ¡goza!, ¡pero goza solo!, trae como efecto, una distancia que marca en el otro, las ganas de erradicar ese quehacer que parece alejarlos. Una imagen muy actual, que puede ilustrarlo, es el uso de los audífonos, artefactos que colocan un límite entre el goce propio -donde el sujeto que queda en soledad escuchando «solo» lo que le gusta- y de cualquier otro que venga a hablarle. No escuchar al otro, es, a veces, una solución.
En la clínica alguien tiene una satisfacción con el consumo de una sustancia, donde se anuda el limite al padecimiento proveniente del Otro y además la localización de un goce en el cuerpo, «Gracias a la cocaína nada me atraviesa… Sé que lo que me gusta de ella, es ese dolor en la boca del estómago cuando la consumo». Por otro lado, encontramos el síntoma de la bulimia, donde el acto del vómito se lleva a cabo en lo oculto, se presenta como lo único privado ante una madre demasiado presente «es lo único de mí que ella no sabe» ¿Por qué dejar de vomitar si es el modo en el que este sujeto parece poner límite al otro?
Tomando como referencia los paradigmas del goce, entender el goce imaginario nos acerca a esta idea de fijación. Miller refiere que «es otro orden de la realidad, donde se cumple otro orden de satisfacción»[1]. El goce imaginario está marcado por lo permanente, lo estancado y la inercia.
Son soluciones que están marcadas por un goce opaco, donde prima el registro imaginario, están del lado del acto, donde el consumo de algún objeto, crea un broche con efecto de consistencia y que limita al otro, produciendo un tipo de satisfacción, que hace referencia al propio cuerpo.
La entrada en análisis de alguien que está afectado por estos síntomas que no dicen nada, es encontrarse en relación al debilitamiento de lo simbólico, donde el recurso imaginario es lo que prevalece. Mauricio Tarrab[2] explica: «Es el síntoma que no pide nada, que es fijación de goce. Y algo de esa opacidad, que es la opacidad del goce respecto del sentido, es lo que encontramos allí como límite».
Aunque son soluciones, éstas están al margen de la angustia, son reducidas y no permiten, por lo menos en estos casos, un lazo con el Otro. A su vez, generan una especie de desbordamiento, «tengo que vomitar hasta sentirme vacía… Como para vomitar». Empujan al goce de una manera avasalladora, donde el cuerpo queda a merced de un acto sin límite, la angustia de ser esclavo de su mismo cuerpo, deshumaniza.
Frente a estos cuerpos, donde solo son depósitos de un goce sin nombre, encontramos un posible modo de hacer desde la práctica del psicoanálisis. En oposición a estas soluciones, podemos referir lo que expresa Lacan[3] «El lenguaje humaniza el cuerpo», y es la referencia que muestra también Tarrab[4] de manera más precisa en cuanto a los síntomas contemporáneos: «Hay que producir un corte en su funcionamiento, para que lo que se realiza como goce se enrede en esas pocas hilachas de goce-sentido, que le dé a ese goce opaco una nueva orientación»
Son síntomas que parecen servir más que afectar, pero que no responden a un sentido, es una fijación que deja marcada una reducción de la subjetividad a un puro cuerpo, el cual está reducido a una satisfacción sin límites. Cuando hablamos tomando en cuenta la economía singular, en un análisis el lugar del UNO es el que tiene relevancia, el camino de un sujeto dentro de un análisis, será el que él mismo se trace.
En un análisis, como refiere Miller, hablando sobre la invitación que hace un analista «Es siempre una invitación al sujeto a abstraerse de la inevitable modalidad de lo visible y renunciar a la imagen por el significante»[5] Vemos entonces que es esta la vía en un recorrido, un analista invita a decir, a hablar sobre lo que le pasa, no apuntando a un decir que este lejos de la realidad, el deseo o incluso el goce de ese analizante. En el caso de abandonar una solución por otra, será una decisión que él tendrá que tomar, el cual no está orientado por un Otro que lo invita a abandonar su goce; en este caso, lo invita a colocar un decir sobre eso. Esto trae como efecto salir del acto sin-sentido, por una salida que tenga por lo menos un-sentido: arar con los hilos de su decir, su propio recorrido.
NOTAS
- Miller, J-A La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Paidós.
- Tarrab, M. «Producir nuevos síntomas». XII Jornadas Anuales de la EOL: «Nuevos síntomas, nuevas angustias». Grama Ediciones.
- Lacan. Seminario 1. Los escritos técnicos en Freud. Paidós.
- Tarrab. «Producir nuevos síntomas». XII Jornadas Anuales de la EOL: «Nuevos síntomas, nuevas angustias». Grama Ediciones.
- Miller. La imagen reina. Elucidación de Lacan: charlas brasileñas, Paidós.