Comenzar a escribir algo del producto logrado en este trabajo de Cartel es comenzar a decir de una experiencia que nombra un deseo sostenido de varios años. Es hablar de una práctica, de un recorrido, de un proceso y dar cuenta de un devenir. Devenir de un deseo de analizante a un deseo de analizado, porque en el analizante puede comenzar a gestarse en un arduo proceso, un analista que sostendrá su deseo de analizar. Es en este sentido que este escrito puede advenir, valga la analogía, en un testimonio de bitácora; constituyéndose en una de las hojas del cuaderno de bitácora de un analizante que emprendió un viaje, un camino «hacia la Escuela».
En el cuaderno de bitácora los navegantes relataban el avance de sus viajes para dejar constancia de todo lo sucedido en el mismo y la forma en la que habían podido sortear los obstáculos. Este cuaderno se guardaba en la bitácora, era así, protegido de las tormentas y los avatares climáticos porque servía como libro de consulta ante las vicisitudes del viaje. Al guardarse en la bitácora, era protegido de las tormentas, de los avatares climáticos y siguiendo esta analogía; bien sabemos de esos avatares en los que un deseo, para serlo, logra sortear numerosos avatares y sostenerse.
Transcurrir un análisis y entender la lógica institucional implica cambios climáticos, internos y externos; los cuáles no están fuera de la lógica del bucle que Lacan utiliza para explicar en el seminario XI alienación y separación; en que la temporalidad que corresponde a estos dos movimientos es un bucle, que Lacan propone como un círculo que tiene una torsión en el medio. Ética y política del psicoanálisis se sostienen en el deseo del analista que adviene a modo de operador en el movimiento entre el propio análisis, la clínica y la Institución.
En el banquete de los analistas Miller refiere que «el sentido de realidad va a contrapelo del deseo cuyas apariciones, realizaciones siempre se traducen por un fracaso» y con este sentido de realidad es con el que tuvimos en un primer tiempo que lidiar y experimentar el fracaso, pero a través del dispositivo analítico habilitar lo que de éxito hay en estos fracasos. Que fracase el padre ideal, la institución ideal se constituyó en condición para asentir con Miller en » El éxito del fracaso es tal vez el único éxito que hay!»
¿Cómo lograr sostenerse en este deseo y sus diferentes estatutos? Solo a través del amor, pero no un amor ligado al ideal sino el amor que despierta la transferencia en el punto que no se enlaza al ideal y esto se sostiene en la presencia de un analista. La caída del amor ideal, de ese estado primero de enamoramiento hacia el psicoanálisis, habilita tomar partido por el deseo, «es tomarlo por los fracasos que lo acompañan»; dirá Miller. El cuaderno de bitácora da cuenta de esto.
Sostener y soportar el deseo de analizante, se va transformando en nuestra experiencia: en deseo del analista. Un deseo que en relación a la Escuela se constituye en su operador fundante y mediante el cual sostiene su dispositivo. Este deseo no podría tener otro estatuto ya que la Escuela, es producto de un acto analítico, una acción política devenida en acto por el deseo de un analista: Jaques Lacan. La Escuela de la Orientación Lacaniana; efecto de un acto analítico que da cuenta de un real que no cesa de inscribirse.
«El deseo del analista» es un concepto asociado a la «ética psicoanalítica» y por tanto, con la responsabilidad del analista en la dirección de la cura. Alude a una posición del analista, a una ética y política del psicoanálisis. La posición del analista se sostiene en el deseo del analista como una ética y una política y esta posición se logra solo a través de su deseo. Un deseo que no tienen que ver con el «querer» del analista sino con ofrecer un intervalo al que el sujeto pueda articularse, haciendo de ese intervalo deseo del Otro y situándose él como posible objeto del deseo del Otro.
Luego de la proposición del 9 de octubre en la que Lacan formaliza este concepto del deseo del analista, en la Nota Italiana de 1973 refiere nuevamente al deseo del analista pero apunta a un «deseo de saber», va a decir que «No hay analista sin que ese deseo le surja». En el Banquete, Miller refiere al analista como alguien que ha surgido del deseo de saber. No se trata de tener un saber, sino de un deseo de saber que habite la asociación libre para que finalmente el saber sobre la causa advenga al lugar de la verdad, el analista debe «saber ser el desecho de la susodicha humanidad»; lo que quedará evidenciado en la propuesta de Lacan de los cuatro discursos.
El deseo del analista, ese lugar vacío que propicia la emergencia del sujeto, no es sin el amor. Ya sabemos con Lacan que el amor es lo que hace al goce condescender al deseo, es por esto que en el camino hacia la Escuela no hay otro recurso que el amor. Un amor ligado a la demanda y por tanto a la pulsión pero no al Ideal. Los ideales no sirven para nada, y con esto se entiende no sirven para el lazo porque la relación sexual no existe, por tanto ¿por qué deberían servir para hacer lazo con la Escuela?
Podemos decir con Alexandre Stevens que el deseo de la Escuela es el «deseo del análisis», la Escuela es para el psicoanálisis y no Escuela de psicoanalistas. Es en esta articulación de la Escuela para el psicoanálisis, inaugurada en acto como efecto del deseo de un psicoanalista; que se juega la ética y la política del psicoanálisis no sin el soporte operador del deseo de los analistas.
NOTAS
- J.-A. Miller: El banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós, 2000, p.33
- Ibid. P.33
- i Ibid. P.33
- Nota italiana 1973
- .-A. Miller: El banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós, 2000, p.47
- En: Virtualia 3, octubre 2001. A. Stevens: «Dinámica de la formación del analista».