Inicio este recorrido planteándome la pregunta ¿de qué sufren los niños? al llegar a mi espacio de trabajo una diversidad de voces que nombran allí un malestar frente a los problemas escolares que vienen presentando los estudiantes en sus aprendizajes. Aquí voy construyendo un saber que si bien intenta responder a otro, también brinda elementos que responden al sufrir propio.
Una preocupación al abordar las problemáticas en las instituciones educativas, las cuales pueden ser leídas desde diferentes discursos (pedagógico, psicológico, médico, social, etc.) y dependiendo desde donde se piense se define su abordaje brindando un entender y un comprender a eso que yace en el interior de la pregunta que representa un mensaje de malestar o de sufrir.
¿Cómo leer el malestar del docente, padre de familia o estudiante al expresar en su sufrir unas dificultades de aprendizaje?
Las problemáticas educativas o lo llamado dificultades de aprendizaje en el ámbito escolar es leído por el psicoanálisis como síntoma, concepto que es tomado de otra disciplina y que revela algo del sujeto, que está dirigido al Otro, sean éstos, padres o maestros. Estas dificultades entonces, serán interpretadas como síntoma que aqueja a un adulto o a un menor siempre llamado sujeto.
En la pregunta de qué sufren los niños se puede entender dos direcciones o sentidos que dan cuenta de que… los niños sufren y también los niños hacen sufrir. El sufrimiento es producto de la historia particular del sujeto, con un contradictorio carácter, por un lado se excluye al otro y al mismo tiempo lo necesita. Se aprende que lo que siempre está en juego es la subjetividad y se trata por ello de ver cómo funciona el sufrimiento en cada caso.
Surge entonces la pregunta, ¿de qué se sufre?
Marie Helene Brousse dice «que en un análisis, el sufrimiento es en primer lugar una defensa: una defensa contra lo imposible… De ser amado o de no serlo, de estar solo o de no estarlo, de hablar o de callarse, de la repetición o de la novedad, de saber o de ignorar, de tener o de perder, de estar lleno o de estar vacío… en fin, todo, absolutamente todo puede hacer sufrir: lo demasiado, lo insuficiente, la nada, lo justo. El sufrimiento del sujeto hablante es una modalidad del decir que implica la impotencia y puede aplicarse a toda representación, hasta a la de no sufrir»
El sufrimiento puesto en el lugar de la queja, de la demanda, la denuncia, la falla, todo ello cargado de imposibilidad, una imposibilidad que se hace insoportable, que se prolonga en el tiempo, acusa, acosa y señala extendiéndose en ella una pregunta que no se responde y se dirige a otro.
Se sufre desde varios territorios. Cuando acaece un sentimiento de culpa donde no se llega a encontrar el origen de su aflicción, de la necesidad inconsciente de castigo, la caída de los ideales, cuando el yo que en sus confines afronta posturas narcisista y autoeróticas, la relación y pérdida con el objeto, la herida por lo real traumático, el conflicto sexual infantil reprimido y las razones de su represión. También desde donde descansan los instintos, deseos, fantasías, temores y experiencias traumáticas. Hay una urgencia por decir cuando se sufre, se quiere hablar, el sufrir impulsa a pedir ayuda, exigiendo del otro una escucha que permita descifrar e interpretar lo que reposa en ese sufrir puesto en su palabra que se despliega y detenta un saber del cual no se quiere saber. Es en la palabra donde aflora la verdadera naturaleza de los conflictos. La palabra rompe con el silencio abriéndose camino por diversas fuentes de emoción, tejiendo memoria, nombrando múltiples vivencias, temores, búsquedas, anhelos y señalando una verdad singular al librar un saber que no nos deja sordos a nuestro clamor.
Escuchar la pregunta ¿de qué se sufre? Posibilita un espacio donde lo que está en juego es la subjetividad y como cada sujeto puede escucharse y hacerse cargo de su sufrir.