Entré al cartel con una propuesta de trabajo que parte de una tesis o premisa: asistimos a una crisis de la subjetivación moderna en tiempos en que el «Gran Otro» es un algoritmo. O si lo decimos en la formulación que hace Eric Laurent del fenómeno: «lo viviente ha sido capturado por lo digital». Captura que ha cambiado la relación entre lo viviente y el significante, pues el significante digital de-simbolizada, arrebata el alma.
Esta crisis es una crisis que se manifiesta actualmente en un modo de «subjetividad» que ya no se pliega o corresponde al dispositivo disciplinario o de control que la reglamentaba, la disciplinaba, la gobernaba, la dividía, pero así también, le permitía abrir los horizontes de sentido para la subversión, la renovación, la reinvención, y proyección en clave histórica, política, social, económica e intersubjetiva.
Si pensamos que el lenguaje es el dispositivo de todos los dispositivos como lo plantea Giorgio Agamben en su ensayo, «¿Qué es un dispositivo»?, y a su vez un dispositivo – siguiendo a Foucault-, es lo que incorpora a un ser viviente, -por medio de procesos de subjetivación-, al conjunto completamente heterogéneo de reglas que combinan todos los artefactos que constituyen a una cultura, incluyendo los discursos, los saberes, las leyes y las instituciones, lo dicho como lo no-dicho, entonces, podemos notar que está aconteciendo una crisis de subjetivación a partir de observar que la cultura y sus valores están perdiendo toda capacidad de orientar a los sujetos en sus decisiones, y elecciones, a favor de un magma de incertidumbres (a) pasionadas.
Roto el dispositivo, o dicho en términos psicoanalíticos, dada una crisis de subjetivación a partir de la Ley de la palabra, a partir del Orden simbólico, a partir del Nombre del Padre, nos hayamos en el fin de una época y una cultura.
Si formulamos este acontecimiento en términos cercanos a los estudios de la «filosofía de la comunicación», podríamos decir que la materialidad analógica de la intersubjetividad moderna, – es decir aquella que relaciona a los seres hablantes por medio de la presencia física de los cuerpos para resonar en la reiteración comunicativa- , se está transmutando velozmente con la digitalización del lazo social.
Esta transmutación viene dándose desde el momento histórico en que aparece un «ser técnico» al lado del ser vivo, obteniendo una progresiva autonomía operativa frente a la conciencia humana: el sistema inorgánico de las redes técnicas se infiltran en la esfera del organismo biológico y social y se hace con sus riendas, trayendo como consecuencias la suspensión, la parálisis, o mejor dicho el desvanecimiento del proceso de subjetivación centrado en la ley de la Palabra.
En su obra «El Complejo de Telémaco» Masimo Recalcati hace un recorrido crítico por las distintas épocas que fueron contextualizando los cambios de las relaciones entre padres e hijos, especialmente los acontecidos después de lo que él llama «el ocaso del progenitor». A partir de cuatro formas de ser hijo él va anotando, sin decirlo explícitamente, los cambios en los modos de subjetivación por medio de los cambios en los modos de ser un padre.
Recalcati nos habla de un hijo-Edipo, un hijo Anti-edipo, un hijo-Narciso, y un hijo-Telémaco. Vamos a resumir: el primero es esencialmente el hijo que se enfrenta al Padre para afirmar su deseo. «La ley del Padre se erige cual insoportable barrera contra su deseo». Se trata del rebelde, y por que no del revolucionario. Esta relación y su producción subjetiva ha quedado pulverizada a partir de los movimientos de lo «políticamente correcto» que aminoraron el conflicto, a tal punto que la diferencia generacional se borra confusamente en el proceso de filiación simbólica.
El hijo-Anti-Edipo, es el fruto maduro de lo que estuvo en germen en el hijo-Anti-Edipo. Es el hijo –léase Deleuze y Guatari- que denuncian al psicoanálisis de reaccionario por apostar al Padre hegemónico y normativo por sobre el deseo inconsciente revolucionario. Su consigna de liberación fue «todo es posible». Una exaltación a la pulsión acéfala de los «cuerpos sin órganos» como puras máquinas deseantes donde el Padre y la castración que simboliza son vistos como escudo represor y alienante.
Pero no fueron las pulsiones anarquizantes – nos dice el psicoanalista italiano-, los que liberaron al ser humano del Padre y su Ley restrictiva, sino, paradójicamente, -para la izquierda-, el capitalismo financiero con su orgiástica oferta de productos y mercancías.
Este hijo-Anti-Edipo gozó de sus impulsos y de sus órganos, pero que a falta de un Padre bordeó la esquizofrenia, la irresponsabilidad, y al final de cuentas la angustia de no haber sabido que hacer con la llamada inconsciente de su propio deseo, incapaz de trascenderlo en una operación que lo situara como sujeto responsable de su posición.
Para los años noventa, en tiempos posmodernos, nace el hijo-Narciso, en los tiempos consumados de la evaporación del Padre y del «ser adulto». O como diría Pasolini, -citado por Recalcati-, el tiempo donde «todos los ideales parecen estar cubiertos de mierda» y una falsa horizontalidad parece haber sustituido la rígida jerarquía que había orientado nuestra vida colectiva».
La conflictiva diferencia generacional de los tiempos del Edipo es reemplazada por la especularidad narcisista. Donde el niño es verdaderamente el que amolda la familia a su soberano capricho y los jóvenes encarnan el recelo de toda actividad educativa que ose impartirse con vertical autoridad.
Estamos de lleno en la época de la crisis de la subjetivación edípica donde los padres miden su eficacia educativa por el parámetro de la satisfacción de sus hijos, y en vez de ser padres de la transmisión del deseo, son amigos de la felicidad complaciente de ellos.
Recalcati lo dice así: «Si un Padre se ve aliviado de la angustia de tener que encarnar el límite, sus hijos verán potenciado su narcisismo intolerante a toda experiencia del límite». No hay adopción simbólica, pues el adulto no se asume la responsabilidad de una formación, en definitiva no hay transmisión del deseo de parte de un padre que no supo dar la palabra asertiva para sus decisiones, ni supo ejemplarizar para el niño el lugar del héroe que dio mil batallas. Evitándoles el encuentro con el obstáculo, con lo inasimilable, con la injusticia, allanándoles el camino de toda protuberancia punzante y evitándoles el encuentro con lo real del sufrimiento, ese adulto acabará por criar un hijo narciso encarcelado en una versión meramente especular del mundo.
La característica mas notable de esta generación, y que marca subjetivamente a los adultos que todavía quieren ejercer y dar valor a los modelos de autoridad formativa, es la ausencia, en el hijo-Narciso, de un sentimiento de culpa. El hijo-Narciso se muestra sin culpa no porque haya realizado la Ley de su deseo –nos dice Recalcati-, sino porque se corre el riesgo de que esta Ley no pueda inscribirse en el inconsciente del sujeto. El hijo-narciso aparece sin deseo, y a su vez, entregado al deslumbre por la pantalla y la nueva mitología post alfabética y figurativa de la que nos habla el filósofo italiano Franco Berardi en su obra «Generación Post-Alfa».
El Hijo-Narciso no manifiesta tanto una crisis de subjetivación, sino y, más probablemente, un colapso de la subjetivación del dispositivo discursivo moderno, aquel que imponía en las subjetividades una reflexividad sostenida en la lógica de la secuencia, del argumento, de la crítica y/o la rebeldía. Cambiado el sensorium de la época se establecen unos modos de funcionamiento que remodelan la mente humana según dispositivo técnicos-cognitivo de tipo reticulares, celulares, y conectivos.
Es en esta coyuntura donde el fin de la historia se da como el fin de un modo de subjetivación, lo cual nos arroja a un tiempo donde el devenir es lo instantáneo, la tradición lo simultáneo, el vínculo es lo reticular, la espera es lo sincrónico; y la espesura es lo evanescente. Sin memoria y discurso, el sujeto de esta operación esta autorizado a descreer de las exigencias del Otro de la Política, de los valores humanistas y utópico. Se piensa dueño de sí mismo y su destino está en su solo querer «para sí» toda felicidad sin fisuras. El hijo sin deseo, plastificado y apático – nos vuelve a decir Recalcati-, es intolerante ante cualquier frustración, y a la vez insensible a la fatiga del Otro y a su deuda simbólica.
Sin embargo, en la Sociedad de la Redes, las formas de vida pululan, pero esta vez en un mar de objetos técnicos que reflejan la imagen del nativo digital al infinito, y donde debe haber una posición de sujeto, encontramos un bucle en el vacío, un circuito de goce que no tiene tiempo ni espacio. Es el goce continuo de una multitud dispersa en pequeños eventos sin consecuencias, y fundamentalmente, sin la consecuencia de la responsabilidad.
No es de extrañar que Agamben llame al Capitalismo actual una fábrica de subjetivaciones fallidas en la medida en que paralelamente es una fábrica de «desubjetivaciones». Este isomorfismo de los procesos crea una mutua indiferencia entre ellos, lo que da como resultado un sujeto de forma larvada y espectral. Eric Laurent plantea que el significante digital es completamente distinto del significante armónico de los tiempos del símbolo. Es un significante desimbolizado y desimbolizante. Es el significante desvitalizado de la mecánica científica y, en efecto, desubjetivado, o como diríamos con Max Weber, desencantado, desencantado del mundo.
Por último el hijo Telémaco. Telémaco es el hijo de Ulises. Es el hijo que espera por el retorno de un Padre. No del Padre. Por ello no se trata de un retorno de la Ley Edípica. En verdad se trata del retorno del deseo del Padre en un tiempo donde ya no hay ningún deseo o respeto por la Ley. De un padre deseante que instituya un nuevo horizonte. Telémaco es un heredero que sabe esperar, que va a la búsqueda de un Padre a pesar de los riesgos de perderse y de los peligros de muerte que lo asecharán en el viaje o por las amenazas que le hacían los pretendientes de su madre. Ayudado por la diosa Atenea (diosa de la sabiduría, más que del intelecto) retorna a Grecia y a su querido Padre. En esta historia Penélope, su madre, tiene un papel crucial. Le transmite a Telémaco que la ausencia del Padre no es un capricho, un abandono, o un rechazo. Que esa ausencia está preñada de sentido humano. Que el nombre del Padre esta presente en esa ausencia, como una promesa, la de ser un legítimo heredero. Es en este «ser heredero» que Recalcati deposita las esperanzas de restituir para toda una generación la función del Padre como transmisor de un deseo que no sea del semblante, sino del testimonio ejemplar. Testimonio del límite que él mismo supo ponerse al decidir entre el goce y su deseo. Citando a Geothe, Recalcati nos recuerda: «lo que has heredado de tus padres, reconquístalo si quieres poseerlo realmente». Heredar es un reconquistar.
En este trabajo de reconquista se restablece el dispositivo de una subjetivación que se transfiere a sí misma el valor de una herencia por transferencia a una tradición viva que no se cansa de transmitir como cada ser humano se humaniza siendo heredero, y posteriormente un padre o un maestro. Exigidos por el deseo, han tenido que inventar su existencia por la vía del lenguaje y del mito, de las artes y de la cultura.
En este punto es donde quisiera hacer una breve alusión a la República de las Letras, a la cual Miller aludía para saber estar mientras el tsunami digital arrasa con todo y particularmente con los modos de subjetivar clásicos y modernos, crisis que por otra parte está abriendo camino a un orden digital post humanista cuya voluntad será anónima y mortífera.
El erudito francés MarcFumaroli la describe como una comunidad de lectores, escritores, y conversadores que dialogan por medio de las obras de los vivos y los muertos. Fraternos contertulios que disfrutan de un banquete donde la música y las ideas se transmiten con la sola intensión de hacer vivir una ficción de pares e iguales. Habitantes de una vasta ciudad invisible e inquebrantable, cuyo vinculo cívico era alimentado por el amor intransigente a la verdad, pero atemperado por la amistad, por el respeto al saber y al talento.
Por eso, si hay algo para reconquistar como herederos legítimos de la cultura es seguir habitando el lenguaje como casa del ser y desde ahí, responder el llamado que siempre nos hacen los habitantes de una República de las Letras.
BIBLIOGRAFÍA
- Agamben, G. (2015). ¿ Qué es un dispositivo?. Barcelona. Anagrama.
- Berardi, F. (2007). Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta Limón.
- Jacques-Alain Miller, Éric Laurent & Gilles Chatenay (2005) El cálculo de lo mejor: alerta sobre el tsunami digital. Web Psicoanálisis Inédito: http://www.psicoanalisisinedito.com/2016/08/jacques-alain-miller-eric-laurent.html.
- Recalcati, M. (2014). El complejo de Telémaco. Barcelona. Anagrama.