Al llegar a este cartel de psicoanálisis y literatura pensé, en primer lugar, en continuar ampliando la mirada de lo que había hecho hasta la fecha en la formación académica en la universidad. Recién egresaba como Licenciada en Pedagogía Infantil, y de los múltiples sentimientos que tenía, uno era el de no contar con espacios en los cuales seguir pensando con otros esto que significa e implica ser maestra. Por esas mismas fechas escuché a unas queridas amigas hablar de los carteles. Necesité varias explicaciones de lo que metodológicamente implicaba, porque resultaba complejo comprender cuál era el trabajo que allí podía construirse. No obstante, pensar que sería un lugar en el qué vincular mis intereses en relación con el psicoanálisis y la academia me parecía una buena apuesta.
De los grupos de carteles que escuchaba, el de psicoanálisis y literatura resultaba bastante llamativo. El vínculo con la literatura, en especial con los géneros que se «clasifican» para niños y jóvenes ha sido de mi completo gusto. Además, hubo una época en la que había iniciado algunas indagaciones sobre las imágenes que se presentaban sobre el maestro, el estudiante, la escuela y la infancia en la literatura infantil, y pensé: ¿Qué resultará de leer estas obras contando con el psicoanálisis? Así fue que emprendí este camino. Todo parecía cobrar cierta forma para mí en el cartel: a pesar de las contingencias habíamos conformado un grupo y teníamos una más uno; sobretodo creía tener aquello de qué ocuparme, pero en esas primeras lecturas, búsquedas y configuraciones de la pregunta vuelve a mi pensamiento El sol de los venados, y no parecía pensar en aquel libro en relación a la educación.
Digo «vuelve» porque en un curso de literatura del colegio leí por primera vez ese libro de Gloria Cecilia Díaz (1993). Podría relatar que recuerdo ese tiempo con especial afecto. El profesor leía en voz alta, de manera pausada, sin afanes y sin responsabilizarnos de preguntas sobre el contenido del texto. Solo poníamos en juego el querer saber aquello que sucedía en el relato. Luego, en un seminario de literatura infantil en la universidad vuelvo a encontrar el mismo libro en la propuesta de formación que el profesor tenía dispuesta para el grupo; esta vez sí había preguntas por las infancias, por el contenido y la pertinencia. Después, al trabajar como promotora de lectura me encuentro con algunos colegas que proponen este libro para ser compartido con niños y jóvenes; y durante ese mismo tiempo encuentro muros de Facebook en los que se postean apartados de la obra. Vez tras vez voy encontrando que la historia de Jana, la niña que protagoniza y narra la historia, logra conmover mis anteriores lecturas, y sin calcular las circunstancias se provocan otras, unas nuevas; volviendo al texto, y encontrando siempre algo que toca mi sentir y suscita múltiples reflexiones.
Contando con los acontecimientos que describen mi acercamiento a la historia de Jana, y la frase de Freud:
A nosotros, los legos, siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el poeta, toma sus materiales -acaso en el sentido de la pregunta que aquel cardenal dirigió a Ariosto-, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces (1972, p. 127).
Me aventuré a realizar una nueva lectura de la obra en el cartel, indagando por ¿Cuáles son aquellas escenas o aquellos fragmentos con los que la escritora logra conmover en mí tales excitaciones?
La historia presenta las emociones de Jana -como regularmente es llamada María Juanita-, una niña de diez años que relata las aventuras que tiene con sus hermanos y amigos en un pueblo donde los atardeceres rojizos, los cielos incendiados, son uno de los mayores fenómenos a los cuales su madre solía nombrar como el sol de los venados. Todas esas aventuras suelen conducir al relato donde se describe la trama familiar de un padre que trabaja constantemente, una madre ama de casa que está a cargo de una familia numerosa, una abuela siempre presente, y la falta de dinero para el sustento.
Encuentro en esta nueva lectura que son las últimas páginas, las escenas que describe Jana para concluir la historia, las que provocan grandes conmociones en mí. Ella cuenta cómo su madre muere en casa ante su presencia, y describe al mirarla: «De pronto, comencé a flotar. Quería llorar y no podía, me parecía que mi cuerpo era hueco, que no tenía ni corazón ni cerebro, porque no podía pensar ni sentir. El suelo bajo mis pies había dejado de existir. Todo mí alrededor lo llenaba el rostro inmóvil y azulado de mamá (…) Me dejé llevar. No abrí la boca. Un cuerpo vacío no habla» (Díaz, 1993, p. 114-116)
Comprendo, entonces, que «(…) el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma» y que, al indagar por lo que me conmueve, se habilitan, sin vergüenza, algunas de las propias fantasías (Freud, 1972, p.135).
Y recuerdo con esto que es difícil describir esas sensaciones al recibir noticias de pérdidas, pero es así: flotar, palpar un hueco en el que no hay corazón ni cerebro con los cuáles pensar; y ante estas fantasías -o posibles sueños diurnos- podríamos pensar que son únicas, pero el poeta -tal como lo sostiene Freud y como logro ver que lo ilustra Díaz en esta nueva lectura que hago- da lugar a la sospecha de lo universal de tales creaciones con las fantasías de los demás, llevándonos así a avivar aquel placer estético que nos toca. Encuentro aquí que la autora, al presentar estas fantasías ante sus lectores, conmueve a quienes nos inclinamos a declarar esos mismos sueños.
Ahora mi pregunta en este cartel es por esos sueños diurnos. Sería una manera de continuar con esta ruta de indagación intentando ampliar mis comprensiones sobre lo que el psicoanálisis presenta al respecto, y a su vez volver a El sol de los venados, pero en esta oportunidad queriendo conocer ¿Cuáles son y en qué circunstancias Jana narra otras fantasías?