Entre las cosas sorprendentes que encontré en La interpretación de los sueños de Freud (1900), hubo una que no olvido: su interpretación del simbolismo central de la novela de Alejandro Dumas, hijo, La dama de las camelias. El personaje, una cortesana de la época, llevaba siempre camelias blancas como prendedor en su vestido. Pero algunos días del mes, las cambiaba por camelias rojas. En la primera edición de la obra en 1948, el narrador comenta el hecho: «uno no decía sino entre risas la razón de esta intermitencia que yo señalo sin explicar». En la edición siguiente, en 1865, el autor modifica la narración cambiando la «risa» por un «no saber» y nombrando de manera más poética la «intermitencia»: «Durante 25 días del mes, las camelias eran blancas, y durante cinco días eran rojas; jamás se supo la razón de esta variedad de colores, que yo señalo sin poder explicar y que los habituados a los teatros donde ella iba con frecuencia y sus amigos habían notado tanto como yo».
La referencia de Freud a la dama de las camelias está en la tercera parte del capítulo VI, «El trabajo del sueño». Es un capitulo que él dedica a la interpretación y que está en la misma línea significante que su libro sobre el chiste, por ejemplo, y el Seminario 6 de Lacan sobre la interpretación del deseo. Una de sus pacientes, que ha soñado justamente con flores blancas y rojas, asocia a las rojas el periodo menstrual y a las blancas, la inocencia. Es en ese punto cuando Freud interpreta que esas flores blancas son también una alusión a la dama de las camelias: «que, como uno sabe, llevaba siempre una camelia blanca, pero en ese momento, la remplazaba por una roja. La misma rama de flores representa entonces la inocencia y también su contrario». La interpretación de Freud destaca cómo un mismo objeto, las flores, puede representar elementos de valor igual, moral en este caso para la soñante, pero de sentido contrario, correspondientes a dos ideas que la conciernen en registros diferentes, la del goce y la de su reprobación.
Hace ya unos años tuve en control el caso de una adolescente que se cortaba. Los datos clínicos aportados por el joven que la atendía me hicieron pensar en la dama de las camelias y me pareció que sus cortes tenían que ver en algo con sus periodos. Pero no sabía exactamente cómo, así que la pregunta, desde el punto de vista clínico, por la posible relación entre los dos hechos y la interpretación freudiana de la dama de las camelias, quedo abierta en ese momento para mí. Después en el 2010, cuando vi la película de Tim Burton sobre Alicia en el país de las maravillas y la prevalencia que su versión le daba a los personajes de la reina roja y la reina blanca, otra vez volvió a mi pensamiento la referencia freudiana a la dama de las camelias, por dos razones. En primer lugar, porque no recordaba la presencia de ninguna reina blanca en la obra de Lewis Carroll, solo el jardín de rosas de la reina roja, su cólera constante y su frase típica para todo lo que la molestaba: «! que le corten la cabeza!».
En segundo lugar, porque, efectivamente, después de las peripecias con las dos reinas, la niña del principio de la película termina convertida al final en una hermosa jovencita. Además, están los mismos colores, blanco y rojo, respecto a un mismo objeto, «la reina». La cuestión era saber: 1) cuáles eran los dos elementos de valor igual, pero de sentido contrario, que esos colores representaban a través de las dos reinas, respecto a la pubertad que se jugaba para el personaje en la película, y 2) las dos ideas donde esos dos elementos estaban articulados. Me prometí, entonces, que un día haría la comparación entre el libro y la película para determinar sus variaciones respecto al tratamiento de ese encuentro crucial en la vida de una niña con sus primeras menstruaciones.
Alicia en el país de las maravillas fue escrita en 1865, el mismo año de la segunda edición de la obra de Dumas. No sé si Carroll había leído la primera edición de Dumas de 1848. Pero si es evidente que las manifestaciones del inconsciente, tanto de los dos autores, como de la soñante de Freud, han amparado con el mismo simbolismo de las flores. En su texto «Historia de la eternidad», Borges demuestra con ejemplos tomados de las literaturas de todos los tiempos, en distintos puntos del planeta, que esa sustitución de mujeres por flores es una de las metáforas que él califica de eternas. La otra, también muy cerca del psicoanálisis, es la que sustituye la muerte por el sueño. Es lo que Lacan llama la autonomía del orden simbólico.
Pero esos simbolismos eternos encuentran en cada época sus realizaciones particulares. Así no podía pasar desapercibida para mí la «continuación» de la saga de la reina roja, cuando el año pasado salió la película Alicia a través del espejo del realizador norteamericano James Bobin (2016). El papel protagónico de la reina roja es indiscutible en esta nueva versión de la otra obra de Carroll sobre Alicia, Alicia a través del espejo, escrita en 1872. ¿Cómo leer, desde el punto de vista psicoanalítico, esta reina roja que, desde la pluma de Lewis Carroll insiste aun en nuestro tiempo, con sus variaciones particulares a través de las dos películas y de la clínica, puesto que no faltan en los consultorios las jovencitas que se cortan? Esa es mi pregunta en el cartel.