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Roberto González Goyri | Sin Titulo

El amor y el cuerpo. Femenino

Areli Leeworio Romero

El presente trabajo surgió a partir de un trabajo de cartel previo, en el que trabajamos en torno a «Lo femenino» y en el que tomé el libro «La historia de ‘O'» como punto de referencia. Cabe recordar que ‘O’ es una mujer que después de sufrir diversos maltratos físicos, terminó como un objeto más, acaso de adorno, sin preguntar por qué ni poner objeción a lo que el partenarie le solicitara. La pregunta que surgió entonces fue ¿qué lleva a una mujer a esas condiciones?; si bien es cierto ‘O’ es un sujeto con alguna estructura psicótica, ¿qué sucede con los sujetos neuróticos?, teniendo en cuenta que algunas de las razones frecuentes por las que las personas llegan a consulta son las situaciones amorosas, tales como la pérdida de las personas amadas, los desencuentros amorosos, la desilusión amorosa, la infidelidad, etc… ¿qué relación existe entre el cuerpo y el amor?

Para comenzar, recurrí a los textos de Freud en los que propone dos vertientes de cargas libidinales: la corriente sensual, desarrollada en la etapa de la pubertad; y la corriente cariñosa, que tiene que ver con la elección de objeto primario, producto de los cuidados de los padres y los cuidadores y que aumentan las aportaciones a las cargas psíquicas de los instintos del yo. Freud menciona que, para que una libido alcance un alto grado, es necesario que se encuentre con un obstáculo, pues es la prohibición la que causa el deseo. En su texto «Sobre una degradación general de la vida amorosa», menciona «en épocas en las que la satisfacción erótica no tropezaba con dificultades (por ejemplo, durante la decadencia de la civilización antigua), el amor perdió todo su valor, la vida quedó vacía y se hicieron necesarias enérgicas reacciones para restablecer los valores afectivos indispensables»[1] Refiere también dos vertientes de elecciones de objeto: el objeto primario, que está perdido; y el objeto de amor secundario, es decir, la búsqueda del objeto primario a partir de repeticiones que no satisfacen por completo.

Por otro lado, en «Introducción al narcisismo», menciona que el neurótico, a diferencia de los esquizofrénicos, también pierden de algún modo su relación con la realidad sin romper con la relación erótica con las personas y las cosas, sustituyendo los elecciones de objetos reales por otros imaginarios, lo que implica renunciar a realizar los actos motores necesarios que le permitan conseguir sus fines en tales objetos. La diferencia sería, según Freud, que el esquizofrénico no puede sustituir a las personas y las cosas en su fantasía. Continuando con el texto, Freud sugiere la idea de pensar en el niño una carga libidinosa primitiva del yo, de la cual se destina una parte para cargar los objetos exteriores, una vez separadas en libido del yo y libido objetal «cuanto mayor es la primera, tanto más pobre es la segunda. La libido objetal nos parece alcanzar su máximo desarrollo en el amor, el cual se nos presenta como una disolución de la propia personalidad en favor de la carga de objeto»[2] (2). Un poco más adelante, Freud expone su particular interés al respecto de la distribución de la libido y dice que un individuo, al ser aquejado por un dolor o malestar físico, deja de interesarse en el mundo exterior ya que no tiene relación con su dolencia, para concentrar su energía en ésta. Freud también menciona que el sujeto también retira de sus objetos eróticos el interés libidinoso dejando de amar mientras sufre, menciona que en algunos sujetos se puede observar que el sueño también puede ser una solución puesto que la energía libidinal se pone por completo en dormir, lo que implicaría la retracción de dicha energía que podría estar destinada al Yo. En este texto también habla de la diferencia entre hipocondría y enfermedad orgánica. El hipocondriaco retira la libido del mundo exterior y la concentra en el órgano en cuestión, sin embargo, su padecimiento no tiene fundamento orgánico. Freud observó casos de estos principalmente en sujetos de estructura histérica (trastornos de conversión). Por otro lado, la energía libidinal en el Yo estaría saturada y eso empujaría de algún modo a depositar parte de esa energía en los objetos del mundo exterior. «un intenso egoísmo protege contra la enfermedad; pero, al fin y al cabo, hemos de comenzar a amar para no enfermarnos y enfermarnos en cuanto una frustración nos impide amar».[3]

En este texto, Freud dice, además, que el Yo se construye y que la elección de objeto de amor (secundario) depende de la propia autoestimación del Yo. Se puede ubicar al Yo ideal al seguir buscando en el objeto amoroso la perfección que se tenía en la infancia, buscando así sustituir el narcisismo de su niñez, en el que era su propio ideal. Esta idealización tendría efecto en el objeto, engrandeciéndolo y elevándolo psíquicamente; sin embargo, hay una relación entre el ser amado y el autoestima, pues al ser amado, ésta se eleva, mientras que al no serlo, disminuye. «El que ama pierde, por decirlo así, una parte de su narcisismo y sólo puede compensarlo siendo amado»[4].

Siguiendo con Freud pero en el texto de la Disolución del Complejo de Edipo, podemos encontrar que, a partir de la amenaza de castración y el pasaje por el Complejo de Edipo, se instituyen las identificaciones y aparece el Super-yo. Para la niña, siguiendo a Freud, a partir de la diferencia anatómica de los sexos, acepta la castración como un hecho consumado y, al salir del complejo de Edipo, puede resolver de 3 posibles maneras: inhibición sexual, complejo de masculinidad y la feminidad normal, sin que alguna de estas posibilidades representen una salida completa de dicho Complejo, por lo que «sale» con una elevada carga narcisista, de manera que le resulta más importante ser amada que amar y deposita una cantidad importante de energía en resaltar sus atributos o a la necesidad de tener un hijo como una solución a la sustitución del falo. Aquí es donde Freud encuentra un impasse en cuanto a lo femenino.

Por otro lado, para Lacan, el Estadio del Espejo adquiere toda la importancia al ser el momento en el que sucede una transformación en el sujeto cuando asume una imagen. Lacan localiza ahí una división/separación entre el jo (je) y el yo (moi), que se refieren a lo simbólico (el primero) y a lo imaginario (el segundo) y el comienzo de su discordancia con la realidad. A partir de esta imagen especular se constituye la imagen del cuerpo propio. El momento en el que termina el Estadio del Espejo se inaugura también la dialéctica entre el yo (je) y las situaciones socialmente elaboradas, dice Lacan, anudando la maduración biológica a la elección del objeto sexual en el Complejo de Edipo.

De acuerdo con el Seminario 20, al hablar de la no proporción sexual, Lacan advierte que el goce del hombre, en cuanto provisto del órgano al que se le dice fálico, «el sexo de la mujer no le dice nada, a no ser por intermedio del goce del cuerpo»[5]. Para Lacan, el hecho de que todo gire en torno del goce fálico, se coloca también como el obstáculo entre los sexos: el goce masculino estaría a través del goce del órgano, lo que le impide gozar del cuerpo de la mujer y que decanta en la no relación sexual. La castración para las mujeres, en tanto no-todas, no pasa por el cuerpo, sino que se desprende de una exigencia lógica en la palabra, la lógica del lenguaje que está fuera de los cuerpos que agita, el Otro que se encarna como ser sexuado y que exige el una por una; en tanto ser sexuado, está interesado en el goce, el cual tiene carácter de sin medida, sin límite, ilocalizable, infinito, no contable, efecto del SuperYo como imperativo de goce que demanda gozar. Para las mujeres, es necesario el amor para poder gozar y, por lo tanto, las palabras, ya que no se puede amar sin hablar, de tal manera que siempre piden palabras, piden amor sin medida, lo que desencadena, para algunas, en una absolutización del Otro «quiero ser todo para ti como tú eres todo para mí» y que las coloca en una situación de infinita espera de signos de amor, quedando del mismo modo a disposición de la respuesta del Otro. «Hay una idealización muy intensa del Otro –lógicamente correlacionada con un sentimiento de inferioridad- seguida de una espera tenaz de un signo de amor. Cuando no hay retorno de este signo de amor surge un intenso sufrimiento bajo la forma de angustia, la rabia, así como el rebajamiento de sí mismo»[6] (6) debido a que el objeto está puesto en el lugar del Yo, cuanta más energía libidinal puesta en el objeto más empobrecimiento del Yo.

Es a partir del discurso analítico que el sujeto puede dar cuenta de su relación con el significante y la significancia; es a través de este discurso que un sujeto puede descubrir cuál es su relación al goce, a los objetos de amor que desconoce; de la cantidad de energía puesta en el Yo o en los objetos del mundo exterior; donde podría encontrar la diferencia entre saber perder e identificarse a la pérdida; donde podría encontrar una posibilidad de elegir entre el goce y el deseo.

NOTAS

  1. Freud, Sigmund. «Sobre una degradación general de la vida amorosa», 1912, en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo 2, Siglo XXI, 2011. Tr. Luis López-Ballesteros y de Torres Pág. 1715
  2. Freud, Sigmund. «introducción al narcisismo», 1914, Op. Cit. Pág. 2018
  3. Ibíd. Pág. 2024
  4. Ibíd. Pág. 2031
  5. Lacan, J. (1985), «Aún», 0972, 1973. El Seminario, Libro 20, Texto establecido por Jacques-Alain Miller, Paidós, Buenos Aires, Pág. 15
  6. Durand, Isabel. «El superyó, femenino». Ed. Tres Haches, 2008. Pág. 84
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