Esta pregunta, a la cual intentaremos responder por la negativa, está condicionada por una lectura de «Las palabras y las cosas» en donde Foucault sostiene una tesis polémica: «el hombre es una invención reciente… que no tiene ni dos siglos… y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una nueva forma» (Foucault, 1968, pág. 9). Desde fines del siglo XVII se viene configurando una figura inédita en el campo del saber: la figura de un hombre que, atrapado en una disposición histórica, aparece en una finitud radical como fundamento positivo de las ciencias y otras disciplinas. Esta es la disposición antropológica con qué Foucault delimita la episteme moderna.
Por su parte, la tesis de la desaparición del Hombre está ligada a la alternativa que Foucault propone entre el Lenguaje o el Hombre, entre la unidad del lenguaje o su dispersión: no se puede anudar en una sola reflexión el ser del Hombre y el ser del lenguaje. Así, en la época clásica, cuando la reflexión sobre el lenguaje aseguraba su unidad en la teoría del Discurso y el nexo entre las palabras y las cosas remitía a una duplicación entre representaciones, el Hombre como objeto de estudio empírico no podía ser pensado.
En el umbral del clasicismo a la modernidad, ésta unidad del lenguaje se vuelve problemática y se fragmenta entre:
- La literatura, que permite un discurrir del lenguaje más allá del campo ordenado y limpio de la representación clásica;
- La objetivación de las formas gramaticales historizadas, donde el lenguaje aparece como objeto;
- Y el desarrollo de métodos de interpretación del sentido donde se concibe en el lenguaje un fondo enigmático;
Sólo en esta dispersión se posibilita una reflexión filosófica moderna sobre el Hombre como objeto empírico y como sujeto trascendental del conocimiento. Sin embargo, en nuestra contemporaneidad, en tanto el lenguaje recobra su unidad bajo la forma de estructuras significantes y de sistemas simbólicos, se vuelve posible la reflexión de un lenguaje autónomo que suprime la prioridad de un sujeto autónomo.
Esta es la famosa muerte del Hombre preconizada por Foucault, lo cual no implica que toda una región epistémica organizada en función de la finitud del Hombre histórico esté a punto de desaparecer, sino que en los márgenes de éste pensamiento antropológico moderno se posibilita una amplia región en la cual no tiene cabida la figura del Hombre como objeto empírico ni como sujeto del conocimiento.
Esta nueva región del saber es la de Freud, quien cuestionó los métodos y conceptos psiquiátricos, la fisiología de la histeria, las funciones sexuales y sus normas, proponiendo una metapsicología con la cual explicar los grandes cuadros psicopatológicos, concibiendo además que los síntomas estaban atiborrados de sentido, siendo de todas maneras muy sensible ante el ombligo del sueño y el enigma de lo que desea una mujer; en fin, llevó el par conceptual vida-muerte inherente al terreno de la biología moderna hasta el límite con la creación de la noción de pulsión de muerte, esa pulsión que, recordémoslo, es propuesta como un concepto que linda ente lo anímico y lo somático, sin ser jamás ni de lo uno ni de lo otro, siendo más bien un concepto constituido entre los intersticios de la psicopatología, la psicología académica, la psiquiatría, la mitología, los clásicos griegos y, entre otras cosas, una clínica que priorizaba la escucha. Con Lacan se consuma el trabajo freudiano adosándolo a la consistencia de la unidad del lenguaje, concibiendo, por poner únicamente un ejemplo, al parlêtre, ese hablanteser tamizado por el lenguaje, inyectado por el goce de la lengua, que es hablado por un lenguaje que descansa en una ambigüedad y equivocidad fundamental, que no es en absoluto un Hombre en el sentido moderno. En psicoanálisis, no sólo que el objeto-empírico-Hombre no encuentra cabida: además, el sujeto-Hombre no es fundamento de ningún saber.
¿No encontramos en el campo de la salud mental de nuestros días una plena disposición antropológica donde el Hombre es tomado como objeto en lo que tiene de empírico? ¿La famosa muerte del Hombre ha hecho mella en esta región del saber? Sabemos que cuando el Hombre se vuelve el fundamento de las positividades, se había ya consumado toda una reorganización en el orden del saber. Estamos tentados a afirmar que si incluso en nuestros días, desde ciertos ámbitos de la salud mental parece tan apropiado tomar al Hombre como objeto de estudio empírico, es en tanto responde a la configuración de un amplio suelo epistémico que nos tiene ya condicionados en nuestra aprehensión de los objetos y en nuestra posición de sujetos.
Por el lado del psicoanálisis, asistimos más bien, con el sujeto de goce, que no es amo de lo que dice y que si se comunica es en una dimensión del malentendido, a una vuelta a la unidad del lenguaje que pone en cuestionamiento todo fundamento de la objetividad y que en su radical límite concibe, por la vía de esta otra famosa tesis de «La mujer no existe», el cuestionamiento del mismo significante que le confiere su unidad.
Sin poder entrar en mayores detalles por la precariedad de nuestras investigaciones, simplemente queremos retratar ahí una discontinuidad más entre psicoanálisis y salud mental y de la que somos testigos en nuestra cotidianidad laboral, siendo psicólogos clínicos trabajando en instituciones del sector público. La psicología que hemos estudiado habita entre contenidos empíricos donde el discurrir del Hombre es posible. Sus conceptos, llámense atención, humor, juicio, ánimo, etc., ¿no continúan el cuadro de la antropología moderna? Por otra parte, ¿se trata del ser humano en psicoanálisis? Estamos tentados a responder que no en tanto el Hombre no es el parlêtre.
BIBLIOGRAFÍA
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