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Armando Reverón | Paseo por el parque

El laberinto del "para todos": un ladrillazo a la idea de la universalización

Verónica Esteves

Entre los años 1910 y 1944, el autor de cómics George Herriman, publicaba en los Estados Unidos la tira cómica Krazy Kat. El cómic gira en torno a tres personajes: Krazy la gata, cuyo sexo en ocasiones es un enigma; el ratón Ignatz y Offissa Pupp, un perro policía. La acción central de la serie gira en torno a una cuestión amorosa: sin razón aparente, el ratón Ignatz no deja de lanzarle ladrillazos directo en la cabeza a Krazy quien a su vez interpreta estas irrupciones como mensajes de amor del ratón quien, cabe destacar, tiene esposa e hijos. Por esta razón, Offissa Pupp, que está enamorado de la gata, vive arrestando a Ignatz cada vez que puede. En una de las tiras aparece un relato que podría explicar por qué la gata interpreta cada ladrillazo como un signo de amor: un antepasado del ratón, Mark Anthony Mouse, enamorado de la Estrella del Nilo, una princesa de Egipto y antepasado de la gata Krazy, contrató a un escriba para que realice una carta de amor en un ladrillo. Más adelante y por accidente, el ratón le pega en la cabeza a Krazy y es encerrado por aquello. No obstante, la gata al recuperar la consciencia también le manifiesta su amor. Gustavo Stiglitz, en su artículo Las paradojas del amor desde la óptica del psicoanálisis (2011) en donde presenta el mencionado cómic establece que «… la tira de Herriman incluye el papel de ciertas marcas determinantes en la historia de cada uno y sus incidencias en la elección amorosa. Marcas por accidente, contingencias.»

Viñeta de Krazy Kat, creada por George Herriman

Incluso con esta suerte de explicación, cabe preguntarse ¿cómo es posible que esta tolerancia sostenida, por decirlo de algún modo, tenga lugar? Estas marcas, fuentes de dolor, que a veces son para lo peor. Con interrogantes similares se topan las personas que trabajan en los centros de atención a casos de violencia doméstica. Preguntas como: «si éste hombre le hace eso, ¿por qué sigue con él?» Situaciones como en las que una vez denunciados, luego presos, son ellas mismas quienes piden sacarlos. Afirmaciones como: «es que ella no se deja ayudar». Es entonces que en ocasiones, ciertas respuestas a veces desesperadas desde la impotencia de no saber qué hacer ante lo inexplicable o bien desde imposiciones institucionales y cierta inclinación a la eterna estandarización, se trabaja apuntando a lo identificatorio, de ese modo convirtiendo a esa persona que demanda la atención en un ejemplar de una clase, de una categoría. Si todas las mujeres se acercan a nuestra consulta diciendo: «yo soy una mujer maltratada» y no se promueve mayor elaboración con esto que trae, podemos decir que el trabajo se detiene en una frase vacía que nada dice de la particularidad de esa mujer en cuestión.

Ciertas posiciones, elecciones y situaciones en las vidas de estas mujeres, parezcan descabelladas, o no; sean incomprendidas o no, operan. No conviene, entonces, expulsarlas de sus propios afectos, de su goce, muchas veces desconocido y vuelto mortífero ya para cuando deciden pedir ayuda o hacer un llamado de atención para que se pongan límites. Tendría que posibilitarse que ella misma nombre las cosas como pueda mas no imponer un modo de hacer, un PARA TODOS o que realice un corte inmediato de esa relación sin antes haber hablado.

¿Podría decirse que la retórica del igualitarismo actual prohíbe/se desentiende del fantasma y no busca la verdad del inconsciente?

En el marco de la prohibición, en el 2010 en Francia, del uso del velo islámico en conjunto con el proyecto de ley llamado «para prohibir la disimulación del rostro en el espacio público» que vino después de una declaración por parte del presidente de esa época, Nicolas Sarkozy, en donde señalaba que «El velo integral es contrario a la dignidad de la mujer. Hay que prohibirlo: con ello se engrandece la democracia y es un éxito para la República», Clara Holguín (2010) califica de pesadilla a esta noticia y sentencia que se trata de «la tendencia de nuestra civilización actual, que bajo el modo de un ideal de la religión del Derecho de los Hombres, comandado por el discurso científico y el discurso capitalista, revela de manera acuciante, más que nunca y más al descubierto, un punto de real irreductible».

Es en esta idea de lo irreductible en donde pretendo poner el énfasis. Ya formulaba Freud en El Malestar en la cultura (1930) que «la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional». Esto quiere decir que es preciso que lo pulsional sea restringido, domesticada la violencia, frenado el núcleo de goce, capturado el sujeto por la ley, de modo que los vínculos sociales sean regulados y sea posible transitar en sociedad. Como esto no es del todo posible, el encuentro entre civilización y pulsión genera un inevitable malestar. Los aparatos ideológicos Estatales no alcanzan a encerrar aquello que no deja de emerger. Esto plantea una paradoja ante el para todos, todos iguales, para todo hombre y toda mujer de los derechos humanos y su pretensión de universalidad.

En la película La muerte y la doncella (1994) de Roman Polanski, se puede leer claramente esta paradoja. Luego de la dictadura en un país de América del sur que no se especifica, una mujer, Paulina, quien un tiempo atrás fue torturada durante semanas y posteriormente violada por un hombre cuyo rostro nunca pudo ver, tiene la certeza de que el hombre que ese día se ofreció a trasladar a su esposo hasta su apartada casa, sin conocer su identidad y luego de una llanta averiada, se trataba nada menos que de su propio torturador. Conclusión a la que llega luego de escuchar su voz y otros detalles, como por ejemplo, el descubrimiento en el auto del supuesto verdugo de una cinta del cuarteto para cuerdas de Schubert que lleva el mismo nombre de la película y que, según la mujer, fue reproducido por el hombre una y otra vez durante las torturas. Gerardo, el esposo de la mujer, es un abogado que defiende los derechos humanos y que fue recientemente promovido para pertenecer a una comisión que trabajaría para esclarecer y castigar violaciones a los derechos humanos. Las contradicciones se dibujan cuando Paulina logra agarrar a su torturador luego de que éste y Gerardo se pasaran de copas. Paulina lo amarra a una silla, amenaza constantemente con una pistola, lo golpea, lo silencia introduciéndole su ropa interior en la boca y asegura que lo mataría si no obtiene de él una confesión. Para esto, le pide a su esposo en primer lugar que le crea, a la vez que solicita que sea el abogado del hombre. En el desarrollo del resto de la película se hacen visibles las dificultades que encuentra Gerardo en su intento por ubicarse en la lógica del para todos y arreglárselas para mediar entre su trabajo de abogado, el amor de su mujer, y los efectos que se suscitan en él al tener conocimiento de los pormenores de las torturas.

Lo irreductible, entonces, siempre va a brotar y manifestarse en un sinnúmero de versiones que van desde un ladrillazo interpretado como mensaje de amor a la confesión de un hombre que relaciona tortura y erotismo. La lógica del para todos, es también visible en el ejemplo expuesto con anterioridad de la prohibición del velo islámico y la retórica de cierto discurso igualitario que pretende nombrar lo innombrable, al vacío imposible de generalizar que es lo femenino. En ese sentido, se puede establecer que se pretende hacer existir a La Mujer, el fin del no-todo, la relación sexual como posible, es decir lo que la ciencia anhelaría.

Ana Lucía Lutterbach Holck, en La Erótica y lo Femenino (2012) escribe:

«¿Por qué Antígona no siguió los consejos de Ismenia? ¿Por qué Diadorim no ha revelado su secreto a Riobaldo? ¿Por qué Anna Karenina se arrojó bajo un tren y Virginia Woolf al río? ¿Por qué Duras escribe? ¿Por qué Lol se calló?
Porque no hay La.

De un lado de la humanidad están aquellos que existen, saben hacer y hacen saber. Saben hacer con el saber industrias, puentes, tamiz y pañales desechables, guerras, bebés probeta, medicinas, bombas, autos, tortura, fortuna, enfermedades, fast food y cigarro. Y del otro lado están las que no existen y solo hacen con lo imposible, desafiantes de Dios: desesperación, suicidio, traición, pasión, locura, ferocidad, ficción, poesía, éxtasis. ¿Por qué?

Porque no hay La.»

Resuena, entonces, lo que Holguín (2010) continúa postulando en el texto anteriormente citado y en donde ubica que «…el psicoanálisis propone una respuesta, más allá del velo, contraria a la tendencia del ‘para todos’, que busca hacer valer lo que es singular a cada uno: su síntoma. El síntoma no es simplemente algo que molesta y puede ser curado, como podríamos creer, el síntoma tiene también un alcance político fundamental, en tanto que pone en juego lo que es singular de cada uno, lo no medible ni generalizable, ni tampoco universalizable. (…) defiende la libertad basada en lo que cada cual tiene de incomparable».

Y es por esa vía, la de lo particular, que el sujeto puede hacerse cargo o hacerse responsable de lo que le pasa, para salir de una posición pasiva (victimizada) a una más activa (de agente de su propio goce). Pues hay que recordar que en la clínica se constata que hay un inconsciente que habla y que no deja de ser incluso con la corrección política de por medio.

BIBLIOGRAFÍA

  • Freud, Sigmund. El Malestar en la cultura (1930). En Obras completas, Libro XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1992
  • Stiglitz, Gustavo. Las paradojas del amor desde la óptica del psicoanálisis (2011). En Conferencias Públicas. Bogotá: NEL-Bogotá, 2012
  • Holguín, Clara. Un más allá del velo de la segregación: el síntoma (2010). En Conferencias Públicas. Bogotá: NEL-Bogotá, 2012
  • Lutterbach, Ana Lucía. La mujer no existe (2012). En la erótica y lo femenino. Buenos Aires: Grama ediciones, 2012
  • Polanski, Roman. La muerte y la doncella (1994).
  • Herriman, George. Viñeta tomada del cómic Krazy Kat (1910-1944).
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