¿Cuál es el fundamento de la articulación entre deseo materno, goce y estrago?, ¿Qué desarrollos sostienen la articulación en esta misma línea, la condición de maternidad, feminidad y capricho?.
Para esbozar una respuesta posible a estas interrogantes, partiré de la referencia de Lacan en el Seminario 5 donde señala que «la madre es una mujer a la que suponemos ya en la plenitud de sus capacidades de voracidad femenina…»[1], aludiendo a la condición estructural de lo femenino como aquello que se constituye en una capacidad de devoración, del hijo o del partenaire. Lo voraz en una mujer que se hace madre tiene que ver con su deseo, que se rige bajo una ley caprichosa que no es la del nombre del padre que ordena, regula y prohíbe. Lacan lo indica en el Seminario El Reverso del Psicoanálisis: «el papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos»[2].
Lo estragante de este deseo está vinculado al capricho, pues es un deseo, siempre de otra cosa, de un poco más, de un más allá del falo. Por ello Lacan usa la metáfora de la «boca de cocodrilo», que puede cerrarse en cualquier momento devorando al sujeto que se encuentra allí, incauto. «Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre», dirá Lacan en el Seminario 17[3].
Sin embargo, lo que puede detener o hacer de tope a la boca de cocodrilo, es el falo, efecto de la función operatoria de la metáfora paterna, que Lacan señala como algo tranquilizador, «hay un palo, de piedra por supuesto, que está ahí, en potencia en la boca, y eso la contiene, la traba. Es lo que se llama el falo.(…) Así que fue en este nivel como hablé de la metáfora paterna»[4]. Esta función, limita, acota algo de ese deseo sin ley o más bien, regido por una ley del capricho o voluntad, que es un goce.
Sobre la condición caprichosa del deseo materno, Miller en su Seminario Los usos del lapso, señalará que lo que una mujer quiere, es querer y que, «querer el acto, una voluntad, es un goce»[5], goce que está especialmente recortado en la feminidad, ya se trate de su propio querer o del querer del Otro. Para Miller, la obra de Lacan señalará afinidades entre feminidad y voluntad, pues es «del lado de la mujer que la voluntad se desprende con un carácter absoluto, infinito, incondicionado»[6], condición que ya en el Seminario 5 ubicará en relación a la madre, «se trata del capricho que figura en eso que se repite como enseñanza del capítulo del deseo de la madre, supuesto por el nombre del padre en la metáfora paterna» [7].
Miller localizará la distinción entre la función de deseo y la de la ley, ubicando que «allí donde el padre tiene la ley, la madre tiene el capricho»[8]. Relación entre capricho y ley, que se corresponde con la relación de lo simbólico y lo real. Lo real es sin ley, es azaroso, contingente, sin sentido y, lo simbólico, aquello que ordena, busca regularidades, diferencias, relaciones, causalidades, sentido. Sin embargo, lo simbólico no puede aprehender lo real del todo, es impotente en esa tarea pues siempre quedará un resto. Respecto al capricho Miller dirá que «es una voluntad fuera de la ley. La ley está ahí, se la ve venir con sus intenciones, su látigo, sus compromisos, ahí están los vínculos amos verdaderos, los compromisos de discurso; la ley está allí para frenar la voluntad»[9], más la ley, no logra acotar el capricho que es lo que sale de su ordenamiento y razón.
Pero, por otro lado, Miller dirá que el capricho, al obedecer a una voluntad, es también una ley, no del deseo que incluye a la castración y a la falta, sino del goce. De allí que la asocia con el imperativo categórico de Kant, donde el «tú debes» tiene como contracara el «yo quiero». Este aspecto se escucha permanentemente en clínica con niños en la voz de las madres cuando dicen: «yo quiero que mi hijo… esto o aquello», «él o ella debe hacer tal cosa», «lo único que quiero es el bien para mi hijo». Para Miller, lo que ambos tienen en común «aun cuando el imperativo categórico no es alguien, es la ley que quiere eso», es la calidad de absoluto del «yo quiero». «Un capricho no se discute, como tampoco el imperativo categórico. Pueden guardarse sus buenas razones»[10] – dirá Miller. De la misma manera, esta lógica se escucha en la clínica y en la vida cotidiana, cuando algunas madres dicen a sus hijos «esto es así, porque sí», «porque soy tu madre», «porque lo digo yo». No se discute, es una voluntad y un imperativo.
Para Miller, en el capricho como voluntad sin ley se encuentra positivizada «la asignación del capricho a la mujer como madre – lo que da cuenta de – las afinidades entre feminidad y voluntad»[11]. Esta condición de goce, más allá del falo, pero no sin relación a él, es lo que encontramos como el punto potencial de estrago en toda madre, pues detrás de una madre hay una mujer, más o menos advertida de ello, dividida o no, taponada o no, por el hijo.
Lacan en el Seminario 19, señalará que no era posible universalizar a la mujer, «aunque solo sea porque la raíz del no toda es que ella esconde un goce diferente del goce fálico, el goce llamado estrictamente femenino (…) La mujer es «no toda» porque su goce es dual» [12]. En el Seminario 20 Aún, Lacan explica con precisión que el ser no-toda en la función fálica no significa que no esté inscrita del todo, «no es verdad que no esté del todo. Está de lleno allí» [13], lo que ocurre es que además de estar allí, está por fuera. Silvia Elena Tendlarz, dirá que una mujer no toda «presenta la duplicidad entre el goce fálico y el goce suplementario que se ubica del lado de S(A/)»[14].
Será desde esta posición de falta en ser que la mujer se dirige al hombre en busca del falo, que solo podrá encontrar a modo de tapón en el hijo en tanto objeto a causa de su deseo. Completitud imaginaria que ubica a la madre no del lado de la posición femenina sino en una posición masculina, en tanto tiene el objeto a que recubre imaginariamente su falta. Así, la maternidad se constituye, señala Tendlarz «en una forma de suplencia de La mujer que no existe, funciona como tapón del no toda»[15]. Es por ello que una mujer vehiculiza algo del goce femenino, Otro goce, goce suplementario, en la maternidad, dando cuenta de los arreglos singulares de cada madre, una por una, con la función fálica y el goce que la habita.
De la voracidad del deseo materno, al capricho sin ley más que el de la voluntad, la obra de Lacan nos conduce a las vías del estrago, que va más allá de las buenas o malas intenciones de las madres y remite a la cuestión estructural del goce femenino en toda madre. En esta perspectiva, ¿qué decir de lo estructural y contingente del estrago?.
A nivel estructural el estrago se produce cuando no ha operado la metáfora paterna o cuando en su modo fallido, no ha permitido acotar algo de ese goce que deja capturado al sujeto como objeto del Otro materno, ya sea en el fantasma de la madre, como objeto fetiche o como objeto resto «dejado caer» del deseo del Otro. Estas tres posibilidades tendrán efecto de estructura, en el modo en que el sujeto configure un lazo con su cuerpo, con el otro, el goce y el deseo. Se trata de que el «palo en potencia» juegue su papel, lo que dependerá a su vez, del lugar que el hijo ha venido a ocupar en el deseo de la madre, pero también, del lugar que la madre en tanto mujer ocupa en el deseo del padre como hombre. Lo que posibilitaría la «separación entre madre y mujer»[16].
La pregunta por la feminidad dirigida a la madre y la imposibilidad de responder a ella con un universal de La Mujer, también puede producir estrago. Lacan en su texto El Atolondradicho, dice «el estrago caracteriza la relación de una mujer con su madre, cuando la niña o la mujer parecen esperar de la madre más sustancia que de su padre»[17]. Es decir, estructuralmente hay un imposible, que se constituye en la fuente del exceso de la espera femenina respecto de la madre como mujer. «Esta desmesura se encuentra correlacionada al real de la posición femenina – en el sentido de real como siendo del orden de lo imposible- lo imposible como ‘lo que no cesa de no escribirse'»[18]. Esta lectura nos conduce a lo estructural del estrago en términos del No hay, No hay significante de La Mujer que la madre, ni ningún otro ser hablante, pueda transmitir.
Es así que cada mujer «será el resultado de su propia invención», a partir de los significantes que provienen del discurso del Otro, de los semblantes que la madre y la cultura pueda transmitir y del arreglo singular con su propio goce. Sin embargo, es una construcción que no es universal ni ofrece garantías. En este punto, el estrago se produciría cuando la hija queda fijada en la desmesura de la demanda dirigida a la madre, suponiéndola toda.
Es por ello que la cuestión del estrago se produce por la conjunción entre mujer y madre. Ivana Bristiel dirá que «si se pierde esta distancia necesaria, que Lacan remarca, el niño devendrá «objeto» materno. La conjunción madre-mujer es estragante, la separación es lo que le permite al niño transitar ese estrago primero sin quedar fijado en él»[19]. La distinción de la mujer y la madre, permitiría al hijo, no quedar capturado como el objeto que completa y tapona a la madre y que el goce de la madre como mujer, se dirija hacia el hombre.
Marita Hamman señala que el estrago «es efecto de un goce deslocalizado que irrumpe arrasando al sujeto, quien carece de soporte para situarse respecto de ese goce sin nombre ni medida» (mientras que el síntoma intenta fabricar alguno) [20]. Se tratará de un temprano encuentro con el deseo y el goce de la madre en tanto mujer, que dejará una marca en lo real del cuerpo y el goce del parletre. De allí que, como señala Gustavo Dessal, en su conferencia Maternidad, locuras y estragos [21] existen casos, donde la marca del estrago materno no se borrará jamás, persistiendo una condición de melancolización que el sujeto podrá ubicar, hacer algo con ella, pero siempre estará allí, como una marca de su encuentro con el goce de la madre.
A nivel de la contingencia, podemos pensar el estrago como la respuesta del sujeto ante el encuentro con el deseo y goce del Otro, Marie-Hélène Brousse, vinculará el estrago con el hecho de que la madre «queda como el Otro no tocado por el intercambio fálico y la ley simbólica – donde – ella permanece como el objeto único del hijo». Ante ello, una respuesta posible es ser el fetiche de la madre, que se asienta en el supuesto «que el Otro traumático (es decir, el Otro de la satisfacción sexual) está completo» [22]. Otra respuesta será el intento de «arrancar a la madre lo que de todas maneras no entrará en el intercambio que no hay, y que, en tanto que arrancado, se convierte en un desecho» [23], esta respuesta produce una desfalicización del objeto, con efectos de caída del deseo.
En este contexto, el estrago se constituiría en efecto de una insondable decisión del sujeto, como señala Brousse: «la elección del estrago ataca el valor fálico que el objeto tiene para el sujeto y funciona disociando los objetos a de su valor fálico. Es entonces una mortificación del falo, en la cual el imperativo superyoico de goce acaba con el deseo y su causa»[24]. Marita Hamann, habla de un efecto estragante, que resulta como efecto de «algunos dichos maternos que, de la mano del superyó, avasallan al sujeto y ponen en marcha un circuito pulsional mortificante», se trata de un encuentro contingente con unos dichos que son tomados por el sujeto como marcas de goce.
Ante lo estructural de la condición de estrago y lo contingente del encuentro con el goce de la madre, el análisis permitirá respecto a los dichos maternos, «refutarlos, inconsistirlos, indecidirlos, indemostrarlos», para inventar un deseo en su lugar. Separar al sujeto del sentido gozoso de los dichos maternos, para localizar un goce propio y hacer con ello de una manera posible «separar lo que proviene de la madre de los efectos de lalangue sobre el cuerpo, que se atribuyen a la madre en la medida en que ha sido ella quien transmitió la lengua».
El análisis dará entonces la oportunidad a una mujer de saber hacer con la soledad del Uno. Consentir al goce que hace a cada una radicalmente Otra para sí misma, pero también permitirá consentir a lo real del amor, «prestándose a ocupar el lugar de sinthome para un hombre»[25], y consentir a una maternidad «no toda» estragante.
NOTAS
- Lacan, J. (2011). El Seminario, Libro 5, Las formaciones del Inconsciente. Buenos Aires: Paidós. p. 212.
- Lacan, J. (2004). El Seminario Libro 17, El Reverso del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.p.118.
- Lacan, J. (2004). El Seminario Libro 17, El Reverso del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. p.118.
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- Miller, J. (2010). Usos del Lapso. Buenos Aires: Paidós. p. 160
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- Miller, J. (2010). Usos del Lapso. Buenos Aires: Paidós. p. 166
- Miller, J. (2010). Usos del Lapso. Buenos Aires: Paidós. p. 127
- Lacan, J. (2012). El Seminario, Libro 19, O peor. Buenos Aires: Paidós. p 101
- Lacan, J. (2005) El Seminario, Libro 20, Aún.Buenos Aires: Paidós. p. 166
- Tendlarz, S. (2005). Las Mujeres y sus goces. Buenos Aires: Colección Divas. p. 153
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- Dessal, G. Seminario «Maternidad, locuras y estrago». Cochabamba – Bolivia. 17, 18 y 19 de Mayo de 2018.
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- Brousse, Marie-Hélène (2017). Una dificultad en el análisis de las mujeres: el estrago de la relación con la madre. Ética & Cine | Vol. 7 | No. 2 | pp. 29-35. Disponible en: http://journal.eticaycine.org/IMG/pdf/JEyC_Julio_2017_06_Brousse_Una_dificultad.pdf
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