En este pensar alrededor de las locuras maternas, primero habría que situar el punto de lo insaciable en relación a la madre.
Y entonces mi pregunta es ¿que daría lugar a lo insaciable en una madre? Sabiendo que lo insaciable está en menor o mayor medida presente pero en algunos casos su ferocidad puede ser extrema.
Pues en primera instancia cabría decir que lo insaciable daría cuenta de una falta, la madre insaciable lo que pone en evidencia es su falta develando que de lo que se trata entonces es de la insatisfacción materna.
La madre atravesada por la “Falta” no tiene como función primaria el cuidado o la atención del niño sino su devoración.
La versión lacaniana de la madre no es precisamente aquella “suficientemente buena” como se podría esperar, sino, por el contrario, es esencialmente insaciable.
En La relación de objeto Lacan lo dice con todas las letras y en latín: –quarens quem devoret- como quien intenta tomar distancia precisamente de la lengua materna, lo que se traduciría en “buscando a quien devorar”.
Es la madre insatisfecha entonces, víctima, sacrificada y angustiada quien manifiesta así su pesar de madre, lo cual no reside en un descontento ocasional sino más bien en uno profundo y enigmático, como dice Barros, incluso a veces crónico y es la o el hijo quien tendrá que verse confrontado con ese pesar de la madre.
Son aquellos hijos, entregados a la reparación infinita de ese agujero materno quienes quedan como las Danaides intentando llenar un tonel sin fondo, en el cual ningún logro para ellos será suficiente porque ningún logro valdrá para esa madre.
Winnicott observa que esta posición no tiene tanto que ver con las tendencias destructivas del hijo como con las tendencias destructivas de la madre. Para aproximarnos a entender que quiere decir eso de “tendencias destructivas” vale detenerse en un caso
referido por Freud, el del autoritario Kaiser Guillermo II de Alemania, hijo de la princesa Vicky.
Se han dado muchas interpretaciones pero lo cierto es que el káiser tenía madre, y esta madre una vez nacido su hijo no disimuló frente al bebé defectuoso su repugnancia.
La madre vivió esa desgracia como una deshonra, y Freud escribió que toda esa historia influyó decisivamente en las posturas futuras con la madre.
El Kaiser Guillermo II escribía amorosas cartas a su madre con líneas como esta:
«He soñado en tus queridas, suaves y cálidas manos, espero con impaciencia el momento en el que pueda sentarme cerca de ti y besarlas, rezo para que guardes la promesa de darme a mí sólo la parte suave de tus manos para besarlas«
Las cartas en respuesta de parte de su madre ignoraban el contenido erótico de ellas contestándole tan solo con correcciones a sus errores gramaticales.
Agrega Freud entonces que no es el brazo atrofiado lo que lleva al Kaiser a sus desórdenes de carácter y violencia sino la actitud de la madre hacia él.
En este caso por ejemplo, como en muchos otros lo central es la castración materna.
El fantasma de la madre insaciable es el de esa que estaría dispuesta a reintegrar su producto. Es así que la castración materna se presentífica como la más tenebrosa, aquella que implica la posibilidad de ser devorado por el agujero materno.
Lo insaciable de la madre remite a su posición como mujer, a su tratamiento particular de la falta. Después de todo, la sustitución niño-falo no colma la falta y subsiste un resto de insatisfacción. La palabra “insaciable” en el Seminario Cuatro cambia a “voracidad” en el Seminario Cinco, impartidos por Lacan. Dice: “La madre es una mujer a la que suponemos ya en la plenitud de sus capacidades de voracidad femenina…”.
El asunto con esta madre voraz es que lejos de ser un fantasma neurótico, es bien real.
En La relación de objeto Lacan cita la Primera Carta de San Pedro en la que el apóstol hace referencia al demonio que constantemente nos acecha, en el que no nos es ajeno reconocer ese superyó que nos llama a restituirle al Otro materno el goce que le falta, a reparar su “agujero”.
Sería un error pensar el Edipo con una sola dirección, este se trata no solo del deseo incestuoso del hijo por la madre como bien nos muestra el Kaiser Guillermo II, sino también del deseo incestuoso de la madre por el hijo. Y ese es precisamente el deseo de reintegrar su producto.