Ana Viganó
«Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo» [1]
«Provoco. Es para que se me responda.» [2]
El siguiente texto se inserta en la conversación que llevamos a cabo en el seno de un cartel regional de la NEL, cuyo eje de convocatoria es El cartel y la política del psicoanálisis[3] El mismo se ha conformado a partir de la invitación a constituir una Comisión de Carteles de la NEL. Nos propusimos así hacer concurrir en el mismo movimiento las dos fuerzas que, en tensión, articulan la vida de la Escuela: lo institucional propiamente dicho, lo organizativo incluso burocrático que es la modalidad de intercambio necesaria a la responsabilidad de una comisión -en tanto gestiona una tarea delegada- y lo que fundamenta, como principio orientador, toda esa práctica institucional y sus lazos asociativos, es decir, el trabajo de Escuela. Tensión que se renueva una y otra vez ya que no está garantizada la permanencia de esas fuerzas en forma conjunta.
La Escuela del cartel
El cartel fue definido por Lacan como el órgano de base de su Escuela. La introducción del pase –posterior a la invención del dispositivo del cartel- orienta a la Escuela en tanto organismo coherente con el discurso analítico. La Escuela del pase conserva un «espacio central libre para el trabajo de Escuela»[4] de forma tal que la institución del pase en el seno de la Escuela no se contrapone con el lugar basal del cartel. Tanto que, hasta nuevo aviso, es un cartel –el cartel del pase- donde se escucha a los pasadores y se realizan las nominaciones de los AE.
Aplicar el «Plan Lacan» sería poner fuera de la Escuela o en su entorno todo lo que sea seminarios, conferencias y cursos, despejando a la Escuela de ese aspecto de la enseñanza para dedicarse a su trabajo, a través de los carteles. Trobas, al pensar lo Uno de la Escuela en relación al concepto de más-uno del cartel, señaló el «isomorfismo conceptual» entre cartel y Escuela.[5] Pero la Escuela Una, tal como fue definida tiempo después del Plan Lacan –que nunca se realizó-, es y no es la Escuela de Lacan. Como Delgado señala, «este es y no es se llama: Orientación Lacaniana» [6], nombre y forma que hemos asumido entre otras cosas para «decirle NO al mantenimiento religioso de los términos empleados por Lacan.» No conservamos la herencia como una «liturgia», sino que la sometemos a una verificación siguiendo una lectura lógica[7], que no es otra cosa que el modo que tenemos de apropiarnos de la misma. Se trata, entonces, de poder demostrar la eficacia de una práctica a través de los dispositivos que poseemos –cartel y pase-, lo que va a contramano tanto de una fidelidad religiosa -perspectiva del Ideal- como del lamento de tonalidad depresiva de nunca estar a la altura –revés del Ideal.
Esta orientación nos lleva a interrogar las formas institucionales existentes para que pongan a prueba su calidad de respuesta a los principios sobre los cuales se fundan. Proporcional a esta tarea, es nuestra responsabilidad de hacer existir la Escuela. Si al fin y al cabo la indicación de que el psicoanálisis es el tratamiento que se espera de un psicoanalista aún con su ironía[8] sigue vigente, la Escuela es para el psicoanálisis, en tanto ponga a trabajar la pregunta que no cesa de insistir: ¿qué es un psicoanalista?
Lacan propone al cartel como el instrumento para hacer existir su Escuela: «Para la ejecución del trabajo, adoptaremos el principio de una elaboración sostenida en un pequeño grupo»[9] Es un dispositivo que cuenta con una fórmula «x+1», que despeja la estructura presente en todo grupo. Asimismo, sustenta su eficacia en la permutación, haciendo uso de la lógica desprendida de la psicología de las masas pero actuando contra ella con un cierto forzamiento deducido de una lógica diferente, la lógica del no-todo.
Como ya destacó suficientemente Miller[10], Lacan no habla de la ejecución de un trabajo entre otros sino del trabajo; tampoco dice que se tratará de una elaboración sostenida por un pequeño grupo, sino en un pequeño grupo a condición de saber que no se trata de cualquier grupo. La propuesta de Lacan no reniega, entonces, ni de las iniciativas personales, ni de la dinámica grupal, ni de la existencia de líderes. Pero inventa un dispositivo que las pone a funcionar en una dinámica diferente, que permite:
– que las iniciativas sean sometidas a condiciones de crítica y control de otros –los pares impares- de la Escuela;
– que se lleve al mínimo posible los efectos de grupo que son siempre efectos de segregación;
– que el más uno tome a su cargo la condición de liderazgo, en tanto «su arte»[11] está en no agotarse encarnando tal liderazgo, sino en insertar el efecto de sujeto en el cartel.
El más-uno no es el sujeto del cartel, sino que hace de la división subjetiva una función que pone al trabajo, haciéndose él mismo el soporte de la división subjetiva, advertido como debe estar de la razón que divide (el objeto a, puesto en lugar de causa) Este efecto subjetivo quedaría en la cuenta del «buen provocador», aquel que promueve siempre la buena pregunta y que por esta intervención permite precipitar el rasgo apropiado con el que cada sujeto se hará representar en el trabajo.
Y si estamos de acuerdo en que es una función, la estructura misma lleva a la consideración de que, en tanto haya cartel, esta función puede circular. No se trata solamente de entender la analogía con el proyecto Bourbaki en términos de aportaciones teóricas y construcciones colectivas, sino también en tanto la función más-uno es un operador que debe encarnarse cada vez, pero cualquiera puede encarnarla; la función se encarna. Miller señala que «cuando dos o tres personas hablan juntas, vayan a saber quién hizo emerger la cosa. Está el que la dijo, pero también el que se la hizo decir y el que se dio cuenta de que era importante.»[12] La puesta en marcha de esta función más-uno es signo de lo que me gusta llamar estar cartelizados. Pero si el espíritu Bourbaki es el que conviene al trabajo del cartel, la diferencia se establece a nivel del producto: en el cartel, el producto es propio de cada uno.
El cartel queda definido por su uso –el de producir efectos de discurso, en su modalidad de lazo social y en su tratamiento del goce allí circunscripto, articulando la transferencia al trabajo de la Escuela-; tiene una estructura determinada y ciertas reglas, pero no se garantiza de antemano su funcionamiento, puesto que no es automático que esta función más-uno se ponga en marcha ni que la oferta «para todos» sea singularizada en un cierto lazo, productivo a la causa que lo promueve.
Las condiciones de producción del cartel implican una puesta en forma del mismo que requiere de, al menos, un doble consentimiento: a un deseo de saber que no sea anónimo y a una cesión de goce a favor del lazo social que allí se funda.
Hacia afuera/desde afuera: dejar-se interrogar
La denominación cartel proviene de la economía y designa un acuerdo formal o informal entre empresas de un mismo sector para reducir o eliminar la competencia. Su interés es desarrollar cierto control sobre la producción y distribución de tal manera que el conjunto así coludido opere de forma monopólica, obteniendo determinado poder en el mercado. La invención lacaniana del cartel para el trabajo de Escuela, con su función más-uno y su rigor de permutación, opera en una dirección contraria al monopolio de producción y distribución respecto del saber, la enseñanza y la trasmisión en el psicoanálisis.
La oferta del cartel es para todos, esto es, para todos los que se sientan convocados por el psicoanálisis -sean o no practicantes-, puesto que la Escuela es asunto de quienes se interesan por el psicoanálisis en acto.[13] El cartel es un lugar privilegiado para hacer avanzar al psicoanálisis por la desuposición del saber psicoanalítico adquirido, a favor de sostener siempre vivo un deseo de saber; pero es también lugar de acogida de otros saberes que no siendo propiamente psicoanalíticos, son puestos en un lugar de causa para este avance, razón de una interrogación responsable en el seno de una Escuela que no se cierra en sí misma. Puede entenderse de este modo el señalamiento particular de Lacan cuando nombra a la Escuela como lugar de «refugio, incluso de base de operaciones […] contra el malestar en la cultura»[14]. Indicación que nos conmina a entender qué se refugia –y cómo, puesto que tal como se plantea no se trata de ningún escondite sino todo lo contrario-; así como a vérnosla con nuestro malestar, el de la civilización que nos toca, el de nuestros síntomas sociales, como describe Laurent: el culto de la ciencia y su consecuente ideología de eliminación del sujeto, la demanda social de un funcionamiento de lo mental y un saber sobre ello para «liberarse de la angustia de pensar, que genera esta ideología de supresión del sujeto como tal.»[15]
Nuestra práctica se desenvuelve en un contexto donde la globalización de los procesos productivos coloca a la cuantificación, la norma y la evaluación como las referencias obligadas y donde la elucidación de los sustratos neurobiológicos de ciertos procesos de cognición se traduce en una terapéutica cuya principal referencia es la medicalización de la vida.
Si lo dicho funciona y se verifica como un problema inherente a la civilización que adquiere las formas de expresión de cada época, ¿La formación de los analistas se verá tentada de sucumbir a los efectos del nuevo Midas, que todo lo que toca lo vuelve evaluable? ¿Qué lazo será posible para aquellos que constituirían la serie de los no identificados, aquellos que han podido circunscribir lo que justamente no hace vínculo social con el Otro?
Hacia adentro/desde adentro: deseo de saber
Cuando Lacan creó el dispositivo del cartel en 1964, lo hizo para apostar por un tratamiento de la cuestión grupal -sindical, institucional- diferente del tratamiento freudiano que derivó en la Internacional. Pero no se trata sólo de una cuestión histórica aunque ésta tenga toda su importancia. Se trata de una herencia que está en el corazón mismo de la trasmisión del psicoanálisis -y de su práctica-: los psicoanalistas deben su asociación a la forzosa tarea de compartir un saber que no es comunicable de sujeto a sujeto. «Este saber no se puede portar, porque ningún saber puede ser portado por uno solo. A eso se debe su asociación con quienes sólo comparte ese saber al no poder intercambiarlo. Los psicoanalistas son los eruditos de un saber del que no pueden conversar»[16]
No hay intersubjetividad posible de este saber; lo que hay es transferencia[17] y por eso deviene clara la tensión entre trasmisión y enseñanza: «lo que se trasmite no necesita de ninguna manera ser entendido.»
Pero podemos situar que si bien no toda trasmisión es una enseñanza, la enseñanza puede ser un modo posible de trasmisión. ¿Cuál es la clave de tal articulación? Laurent[18] hablará de una verdadera enseñanza cuando el aprender en cuestión es un a-prender que se dirige a lo no sabido, cuando se realiza en el borde de la ignorancia, de su imposible allí concernido, de su silencio fundacional.
Es lo que plantea Miller[19] en otros términos cuando precisa el punto de fuga como lo que distingue a las modalidades en la formación. Si se trata de contenidos epistémicos, la trasmisión es verificable mediante ciertas pruebas. Si la formación requiere de una mutación «psíquica», su verificación es más problemática. Cuando Lacan pone en el centro de la formación del analista su propio análisis, indica asimismo cómo en ese punto «desfallecen los saberes que se enseñan por la vía exterior.»[20]
Aún cuando el análisis estaba considerado por Freud en lo que se propuso como el trípode tradicional de la formación del analista (experiencia psicoanalítica, control de la práctica e instrucción teórica) la novedad que introduce Lacan y Miller destaca, es que la formación del analista, en relación a ese punto de fuga, implica una producción.
La formación entendida como «sin punto de fuga» remite al Otro institucional, el de la evaluación, los protocolos, los títulos y la performance. La formación «con punto de fuga» remite más bien a un producto, el del analista producido a través de su propio análisis y lo que de ello puede enseñar, retorno al conjunto verificado, por ejemplo, en los testimonios de los AE. De la misma manera, el producto de cada cartelizante así considerado, -como un objeto producido por el otro, del cual ocuparnos en una dimensión que evoca un resto del amor de transferencia, resituado como transferencia de trabajo- se vale del punto de fuga que también concierne al cartel y nos permite decir que si hubo cartel «algo puede ser pasado»[21] y reenviado al conjunto como plus de saber. La Escuela entonces debe instrumentar lugares propicios para el tratamiento de tales productos, así como ocuparse de revisar los impasses, los fracasos y los obstáculos que hacen que tal pasaje no se produzca.
El cartel es una «máquina de guerra contra el didacta y su pandilla»[22], contra los saberes instituidos y su dogmatización. Así, esta invención nacida de un concepto íntimamente ligado al monopolio y al poder, se opone en cruz al monopolio del saber globalizado, tecnocientífico y «paratodista». Pero también –y fundamentalmente- pone en jaque la cuestión del saber en el seno mismo de la Escuela. Nadie puede arrogarse el saberlo todo sobre el psicoanálisis. Un analista, incluso luego de haber hecho el pase y haber sido nominado AE, puede saber con bastante exhaustividad sobre su síntoma, su propio deseo y la causa de goce que le anima, y aún trasmitir ese saber nuevo en una enseñanza, pero no lo sabe todo sobre el psicoanálisis, ni sobre el síntoma, el deseo y el goce del que se sienta a su lado.
El cartel se inscribe allí donde se enlaza una y otra perspectiva de formación. Propuesta grupal; descompletada por «el más-o-menos-uno»[23]. Lógica colectiva de investigación; invención singular de cada uno –producida por la experiencia de cartel. Producto de cada uno; expuesto y devuelto al conjunto.
Si en L’ Etourdite Lacan señalaba la imposibilidad para los analistas de formar grupo, es justamente para situar ese punto de real –imposible- con que los analistas tienen que vérselas –en tanto analistas!- Pero la Escuela no reúne a los analistas en un colectivo –el conjunto de todos los analistas-, y la posición que se asume allí no es la del analista -con algunas excepciones marcadas por el lugar que ocupan los AE-.
El cartel pone sobre el tapete la tensión existente entre el deseo del analista –que no es de saber- y el deseo de saber, que es la posición analizante propiamente dicha.
Aún así, conversación
Dice Lacan en RSI: «Lo que yo deseo ¿qué es? La identificación al grupo. Es seguro que los seres humanos se identifican a un grupo. […] Pero no digo por eso a qué punto del grupo tienen que identificarse» La cita alude a la problemática que transcurre entre la identificación de masas, sus efectos de grupo y el uno por uno por el que vela el psicoanálisis; misma que encontramos entre la elaboración colectiva, el anonimato Bourbaki y la particularidad de la enunciación que ciñe el orden singular.
Hace unos años Miller propuso para llevar adelante un seminario de investigación sobre el «post-analítico» un ejercicio de conversación: «La conversación sería el camino de saber que conviene al más allá del Edipo y que conviene también en el tiempo del Otro que no existe […] Al psicoanálisis no le está permitido la demostración silenciosa, de tal manera que quizás la conversación es lo que instalamos nosotros en el lugar del Nombre del Padre.»[24]
La conversación va en contra de las tres consecuencias catastróficas que señaló Laurent y que Miller retoma en su seminario, las tres planteadas como modalidades desfavorables de identificación, poniendo en claro la antinomia entre el psicoanalista y el psicoanálisis[25]:
- Identificación al síntoma en lugar de leerlo[26]: salida cínica en la que el sujeto puede concluir que no tiene nadie a quién dirigirse, que lo que el Otro sabe no importa.
- Identificación a la verdad en tanto satisfacción del propio saber: el sujeto supone que no tiene nada que aprender de nadie. Una forma de analizante eternizado sin analista.
- Identificación burocrática al saber como un sistema formal: salida por una asociación de psicoanalistas asentada en un formalismo sin valores que lo orienten.
Y va en contra también, por supuesto, de la «maldición lacaniana» antes, señalada siendo una puesta en acto de la desuposición del saber del Uno.
La conversación como acto responde por el esfuerzo de bien-decir lo que no se puede ser sino mal-dicho, equivocando. Siguiendo al poeta decimos que la conversación nos permite intentar modos de fracasar mejor.
El otro que fundamenta la conversación encarna el hecho de que siempre queda algo por decir, lo que resta por decir, verificando que no hay otro saber que el saber de la búsqueda de un siempre por decir que no se agota en lo dicho.
La conversación y su posición de «honesta ignorancia»[27] es también el ejercicio oportuno para el cartel.
Borde, hendidura y bisagra
Estamos cartelizados toda vez que opera esta condición «x+1» que produce un trabajo que, tocando el orden de lo singular, se dirige al otro del conjunto aportando un plus de saber. La contingencia hará funcionar como carteles experiencias de trabajo que quizás no estaban previstas como tales, y podrá haber carteles formalmente inscriptos en los catálogos que no alcancen a cumplir su cometido. Pero el cartel como dispositivo está allí ofreciendo su estructura de bisagra al buen ignorante que se proponga alguna articulación con el psicoanálisis en acto. Bisagra como estructura mínima de dos herrajes más un eje, que permite el giro de dos superficies, demarcando topológicamente espacios y tiempos. Así es como entiendo la fórmula con la que Miller desarrolla que el cartel transcurre entre el discurso analítico y el discurso histérico.[28]
También así puedo pensar al cartel como respuesta de la Escuela a la civilización y su malestar: refugio que es resistencia; que permite articular, abrir pero también cerrar, poniendo un dique a la reproducción de ese malestar. Bisagra entre el adentro y el afuera de la Escuela –el psicoanálisis en extensión- pero también del adentro y el afuera en el seno mismo de la comunidad analítica y de cada uno, haciendo lugar para lo dispar, para la heterogeneidad de aquello que hace al otro -y a lo otro que hay en mí-, incomparable[29]. El cartel se ubica sobre ese imposible grupal que aún así puede hacer lazo social.
Bisagra entre lo ya-sabido y lo no-sabido, y más aún entre lo ya-dicho y lo que siempre resta por decir
Estructura que sólo tiene sentido puesta sobre una hendidura[30] allí donde uno se encuentra –se tropieza- con un borde que conmina, y que permite anudar-se topológicamente en un tiempo de comprender con otros, para producir un tiempo de concluir de cada uno. Conclusión que, una vez producida, vuelva al campo de juego –el nuestro, el Campo Freudiano-, y nos deje disponibles para volver a jugar en el siguiente tropiezo que siempre nos aguarda al borde de la esquina.
NOTAS
- GOETHE, F. Parte I, escena 1. Citado dos veces por Freud: en Tótem y Tabú y en Esquema del psicoanálisis.
FREUD, S. Tótem y tabú. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu editores tomo XIII, 1991, p. 159.
FREUD, S. Esquema del psicoanálisis, Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu editores tomo XXIII, 1996, p. 209.
- MILLER, J-A. El cartel en el mundo. En Más Uno Nº 1, Buenos Aires: EOL, 1996, p.81
- Comparto el cartel con Mayra de Hanze (más uno), Elida Ganoza, Beatriz García Moreno y Piedad Spurrier.
- MILLER, J-A. La Escuela al revés. En El Caldero de la Escuela Nº 28. Buenos Aires: EOL, 1994.
- TROBAS, Guy. La perspectiva de la Escuela Una. En El caldero de la Escuela Nº 67. Buenos Aires: EOL, 1999
- DELGADO, O. Qué forma el cartel. En El caldero de la Escuela Nº 85. Buenos Aires: EOL, 2001.
- «La Orientación lacaniana supone reconstruir las problemáticas a las que responden las elaboraciones de Lacan y las razones de sus variaciones» GOROSTIZA, L. La invención colectiva. En Más Uno Nº7. Buenos Aires, 2001
- «Pues si hemos podido definir irónicamente el psicoanálisis como el tratamiento que se espera de un psicoanalista, es sin embargo ciertamente el primero el que decide de la calidad del segundo» LACAN, J. Situación del psicoanálisis en 1956. En Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI, 1985. P. 442. La definición pone en el centro de la escena la cuestión de qué es, entonces, un analista – uno por uno-
- LACAN, J. Acta de fundación. 21/06/1964
- MILLER, J-A. La Escuela… op.cit.
- MILLER, J-A. Cinco variaciones sobre el tema de la «elaboración provocada». En Archivos de Psicoanálisis Nro. 2
- MILLER, J.-A. Ibid.
- LACAN, J. Acta… op. cit.
- LACAN, J. Ibid.
- LAURENT, E. Lo imposible de enseñar. En Del Edipo a la sexuación. Buenos Aires: Paidós, 2005. P. 272
- LACAN, J. Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad. En Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial, 1993. P. 54
- «Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia […] Me asombra que nunca nadie haya pensado oponerme […] que la transferencia por sí sola es una objeción a la intersubjetividad.» LACAN, J. Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela. En Momentos cruciales de la experiencia analítica. Buenos Aires: Manantial, 2000. p. 11
- LAURE NT, E. Ibid, p.276.
- MILLER, J-A. Para introducir el efecto-de-formación. En este libro.
- MILLER, J-A. Ibid
- En la dificultad de evaluar la formación con punto de fuga, se ubica el pase. Considero aquí cierta analogía entre el pase y lo que «puede ser pasado» en el dispositivo del cartel.
- MILLER, J-A. El cartel… op. cit.
- Así es como Miller escribe la función, luego de manipular las estructuras discursivas siguiendo una lógica precisa, para situar al cartel entre el discurso analítico y el discurso histérico. Ver: MILLER, J-A. Cinco… op.cit.
- MILLER, J-A. Seminario de investigación «Introducción al post-analítico» En El peso de los ideales. Buenos Aires: EOL-Paidós, 1999. P. 22
- Miller señala cómo el practicante confirmado puede «apagar en cinismo su búsqueda de saber» Así recuerda que no es simple polémica la antinomia que plantea Lacan entre el psicoanálisis y el psicoanalista. Es necesario «ver los aparatos suplementarios de los cuales hay que disponer para que el analista no apague el psicoanálisis como disciplina» Miller, J-A. Ibid, p. 40
- Cfr. MILLER, J-A. Leer un síntoma. Versión On line: http://www.nel-amp.org
- «La honestidad es aceptar volver sobre lo ya deducido, lo acaecido, para mirarlo de otra manera» MILLER, J-A. Seminario… Op. cit. p. 38
- MIILER, J-A. Cinco… op. cit.
- El concepto de extimidad retomado por Miller en su curso homónimo aclara y enriquece retroactivamente esta cuestión.
- La hendidura misma puede ser bisagra, como las hendiduras que unen las tapas de un libro a su lomo para poder abrirlo.