«… Yo escucho y no soy quien para juzgar la virtud de esas vidas, que desde hace cuatro septenios escucho confesarse ante mí. Una de las finalidades del silencio, que constituye la regla de mi escucha, es precisamente el de callar el amor. No traicionaré, pues, sus secretos triviales y sin igual… Pero hay algo que me gustaría testimoniar». Lacan, Discurso a los Católicos.
El decadentismo francés impuso lo excluido en sus narraciones de lo extraordinario. Paul Bourget uno de sus teóricos, dice que en la obra de la decadencia predomina el fragmento: «la obra se descompone y deja lugar a la autonomía de la página; la página deja lugar a la autonomía de la frase; la frase, a la autonomía de la palabra». A lo que agregaría que hay algo más autónomo allí. En estos textos hay un esfuerzo de decir sobre lo indecible desde lo ominoso, para hacer-ver lo imposible de la enfermedad como en el «Hombre peste», tal como antes Poe hiciera-oír lo inaudito en el caso del señor Valdemar. Ellos usaron su lengua como carne y medio para escribir letras inéditas. No dieron lugar para el silencio de los órganos. Presentificaron el agujero y denostaron cualquier explicación religiosa, científica, psiquiátrica sobre este.
Lo que me llama la atención es que el mismo Poe, -poeta que esculpió rocas donde se inscribe la «desolación» o el «silencio», que escribió literatura fantástica sobre lo macabro, lo sobrenatural, y supo-hacer en torno a eso inexplicable-, sea el mismo autor del que parte el género policíaco. Entonces un Poe-periodista nos ofrece un tratamiento a ese misterio, en el que los enigmas no sólo que podían y sino que debían ser resueltos.
Es decir que en esta segunda línea, modernísima, se impuso la búsqueda de la verdad de «eso» inexplicable. Resolver el misterio de un crimen fue exigencia y modus vivendi de la literatura de suspenso/detectivesca/policíaca. Entonces el investigador/detective/narrador contaba con un saber-hacer deductivo para resolver el enigma; quiero decir que incluso se escribieron reglas para un fair play, para que autor y lector tuvieran las mismas opciones para resolver el crimen, y también se hicieron acuerdos sobre el modus operandi de este tipo de historias: debe haber un solo culpable, no intrigas amorosas, ninguna muerte puede ser accidental ni suicidio… En los clásicos, el misterio siempre tiene solución, siempre existe un Otro que no deja de hacer justicia.
Esta vertiente continúa vigente en la proliferación de CSIs y maestrías en psicología forense, que se sostienen ya no en el método deductivo sino mediante la utilización de los últimos gadgets súper-tech. También hay nuevos Sherlocks Holmes (Elementary), y se sigue resolviendo el problema, haciendo salir a la luz la verdad, para que se haga justicia, y todo vuelva a la normalidad-prevista, q.e.p.d.
En los Archivos secretos X, serie de culto de los 90, las respuestas de Dana y Fox, agentes del FBI sobre casos enigmáticos desembocan en que existe un engaño universal, donde la verdad es que Dios es extraterrestre, y es el gobierno es el que no deja que se sepa la verdad. En la novela negra cuando hay crímenes sin culpables o castigo, se denuncia que es culpa del sistema, que hay grandes intereses en juego; es decir, en ambos casos se trata de una pura voz de la impotencia.
La búsqueda de la verdad en la actualidad se presupone científica y hoy se pretende no sólo eliminar los velos y misterios en torno al agujero del sexo y de la muerte, como lo ha hecho el arte desde siempre y también la ciencia ficción, sino forcluirlos.
En el discurso psicoanalítico hay lugar para la búsqueda de la verdad, en tanto que el sujeto espera saber sobre su verdad, sus S1, en sufrimiento. Lacan dirá que una vez que el analista explica someramente la regla analítica al sujeto, este ya entra en la dimensión de buscar la verdad, la dichomansión. Lo cito: «del sólo hecho de tener que hablar como él se encuentra constreñido a hacerlo, frente a otro, el silencio de otro… lo siente como una espera, y que esta espera es la espera de la verdad». Una verdad en sufrimiento es una verdad en espera.
Lacan ha planteado que el psicoanálisis es un tratamiento para un sujeto que sufre, que habla y oye. Miller insistirá que también es quién acepta implicarse en relación a sus dichos. Es decir, que para entrar en análisis se pasa del escribir con el cuerpo, sufrir del pensamiento, mostrar, actuar, a demandar, a hablar, a formalizar el síntoma, a empezar a descifrar su inconsciente. Entonces cuando el analista hace silencio para escuchar aquello que circula entre las palabras, el sujeto está esperando por la verdad; por una significación que acreciente su sed de sentido; poder convertir al analista en un testigo mudo/muerto de lo que le sucede bajo el sino de su inclemente destino. El sujeto espera que le digan lo verdadero sobre lo verdadero.
Lo inédito de la respuesta analítica es que no responde a la Demanda del sujeto. El analista no es quién cierra sus manos llenas de verdades. La función del analista es sostener abierta la pregunta sobre el propio deseo del sujeto, en un saber-hacer-ahí en el borde del agujero. Y es así que el acto analítico está al borde del acting out.
Soportada en la transferencia, la interpretación no es amable; y esto en tanto que no sostiene la esperanza de correspondencia. El deseo del despertar del sueño, -dice Lacan contrario a Freud-, de despertar del sueño de la verdad o del sentido, -que siempre es religioso-, un despertar mediante el corte y el sinsentido de la interpretación. La interpretación lacaniana es esencialmente enigma, cita, equívoco, juego de palabras, lo que le supone próxima a la poesía. Miller señala que «si se devuelve al sujeto su propia palabra, al intercalar un pequeño espacio de diferencia, cuando (el sujeto) escucha lo que ha dicho, pierde los pedales de su propia palabra». Esa es la cita.
Así Miller insistirá en Usos del Lapso que una intervención psicoanalítica no debe ser en ningún caso teórica, ni sugestiva, es decir imperativa, que debe ser equívoca. La interpretación no está hecha para ser entendida, está hecha para producir olas según dirá Lacan en el Seminario 23, se trata de una interpretación-resonancia. De otro modo, un refrán frente al goce-sin freno.
El superyó como un nombre del goce, muestra su ferocidad en la actualidad con los nuevos imperativos: «todo por su seguridad», «nada debe ser secreto», «todos somos iguales», «los mitos no sirven porque son falsos». Hoy cuando la transparencia es la moral social, y se posiciona la estética de las paredes de vidrio, ¿en qué queda el velo? ¿y la vergüenza, el miedo y el asco?, condiciones, que para analistas como Silvia Tendlarz no son descartadas como necesarias para analizarse.
En lo descarnado de la sociedad actual, los semblantes se rompen solos, y vemos proliferar nuevos significantes amos que marcan el paso para hacer circular y callar la voz fuera de sentido del sujeto. Lacan indica a los analistas en su seminario 16 «no ser voz», es decir no «ser» las órdenes extranjeras a las que se obedece en silencio y de las que testimonió Primo Levy. La «voz del Lager» dijo, es «la expresión sensible de su locura geométrica» (de los nazis). Y también dijo que esa «música infernal» es como «la hipnosis del ritmo interminable que mata el pensamiento y calma el dolor». Y sabemos que el analista más que el hipnotizador encarna al hipnotizado. Lacan dirá que es el perverso el verdadero defensor de la fe, que trabaja para tapar el agujero en el Otro, para que el sentido no falle.
La interpretación concierne al goce. Lacan en el Atolondradicho indicó que la interpretación analítica permite inconsistir, indemostrar, indecidir los mandatos del superyó (a partir de lo que ex- iste en las vías de su decir). Esta es una orientación hacia el descompletamiento, de señalar tal como San Juan el no-todo en el cuadro, un escuchar para apuntar el lugar en que el sentido falla. Dice Lacan que el analista se encuentra en posición femenina y es mediante el medio-decir, que es posible mediante la experiencia analítica pasar del Otro como completo al S(A/tachado).
La cultura malentendió la interpretación freudiana, viendo correspondencia universal con el falo. Olvida que Freud dijo que hay ombligo del sueño, misterio respecto a la sexualidad femenina, punto de witz, que hay ininterpretable, que las asociaciones llegaban al desfiladero del sexo y de la muerte; es decir que Freud dijo que no hay. En Lacan el falo pasa a ser significante, y posteriormente lo ubicará en la serie de los objetos a, que son intercambiables. Así Lacan señala que el objeto vozcomo objeto de deseo es el más cercano a la experiencia del psicoanálisis. El a, plus-de-gozar, funciona como equivalente al goce, y mudo como la pulsión, está entre-los-significantes, cual suplemento.
El analista encarna el objeto, y se ubica donde el sentido falla, haciendo posible en la experiencia analítica liberar el objeto de deseo del sujeto del campo del Otro. Las cuestiones ¿para qué me quiere el Otro?, ¿cuál es mi lugar en su deseo? permiten acceder a esta zona ominosa, y en la que mi deseo es el deseo del Otro. Es que ese oscuro objeto es prisionero de ese sentido encallado, necesario, que es el fantasma, aún si es cierto que ese mismo sonsonete no deja de fallar en la defensa del sujeto frente a lo real. Finalizar la experiencia analítica permite descubrir la nada de los objetos, y supone que un analizado al final pueda hablar, con voz propia, podríamos bien-decir.
Del «todos somos iguales», «no hay nada que saber»… y para todo lo demás está internet, parecería surgir el descreimiento cínico y la desuposición del saber generalizada. ¡Ese conocimiento muerto aparejando cualquier diferencia entre los seres! Es de entrada discutible. Hoy bajo la denuncia de «inequidad» se espera la caída de los semblantes que permitieron un hacer: padre-hijo, profesor- alumno, médico-enfermo, hombre-mujer, en la idealización de una continuidad indiferente e indiferenciada.
El analista de hecho se ha servido del semblante en su búsqueda de la diferencia absoluta, considerándolo como una ficción que puede servir. Resuena Lacan mismo diciendo que se trata de pasar del padre a condición de servirse de él. Y la disimetría en el dispositivo analítico es que es el sujeto quién sabe, aunque el mismo no lo sepa, y puede saber si quiere: esa es la oferta analítica. Así, en el Banquete, Miller llama a los analistas a trabajar, siendo que es el analizante quién trabaja y es el analista el que suele ubicarse en el lugar de la pereza.
Miller dirá que no hay necesidad de convencionalismos en el análisis, lo que recuerda a Lacan diciéndole a los analistas que cuando reciban a alguien sean naturales. Un análisis inicia cuando el sujeto le supone sentido al síntoma, saber al inconsciente, cuando se cree que Dios es inconsciente. Entonces el analista interpreta en tanto que enseña a leer aquello que está escrito en el ticket de entrada. Si el analizante evacuó el sentido sus significantes equivocándolos hasta volverlos letra, hueso, e inventó nuevos, en una satisfacción del decir, aun perdiendo en el orden del dicho; entonces habrá arribado a un nuevo goce: al goce de la palabra.
La práctica analítica es el tratamiento al silencio de las pulsiones, en un ejercicio donde voz y enunciación son equivalentes. El silencio del analista no es el de la pulsión. Lacan dijo que el silencio del analista «no está hecho ni de aprobación ni de desaprobación, sino de atención». En psicoanálisis no se trata de callar, aún sabiendo que no-todo puede ser dicho y que la verdad es mentirosa. Lacan insistió que la experiencia analítica no es del orden de lo inefable e inventó el Pase, siendo que él insistía en que se la pasaba haciendo el pase. Sus seminarios dan cuenta de esta enseñanza desde ese borde, ahí donde él se encuentra constriñendo los límites del lenguaje.
Para concluir una última referencia. Miller en una conferencia dirá que: si hablamos tanto, si hacemos nuestros coloquios, nuestras charlatanerías, si cantamos y si escuchamos a los cantantes, si hacemos música y la escuchamos, -yo agregaría si hacemos las tareas de la universidad-, todo eso se hace para callar aquello que merece llamarse la voz como objeto a. Se los vuelvo a hacer-escuchar.
* Trabajo presentado en las IX Jornadas de Carteles de la NEL-Guayaquil (2 de febrero de 2013) Publicado con la amable autorización de su autor.