Darío Calderón Cartel preparatorio IX ENAPOL, Cartel A: Cólera Más Uno: Liliana Bosia Rasgo: Cólera y amor
La convocatoria para la formación de los carteles del IX ENAPOL permitía elegir entre Odio, cólera e indignación como temas de trabajo. Mi motivación inicial era clínica y creí que, de los tres temas, la cólera era el que aparecía con mayor frecuencia en la consulta. Pero fue una experiencia bastante más personal la que definió mi elección. El recuerdo de una frase usual en el discurso de mi esposa: “¡Me da cólera que te quedes callado como si no te importara!” había perfilado mi sujeto de cartel casi sin notarlo, enlazando la cólera al amor y la relación entre los sexos.
En las primeras reuniones, la escasa bibliografía respecto a la cólera nos dirigió al argumento del ENAPOL y los seminarios de Lacan. En el seminario 6 El deseo y su interpretación, Lacan comenta:
“[…] La cólera no es otra cosa que esto: lo real que llega en el momento en que hemos hecho una muy bella trama simbólica, en que todo va muy bien, el orden, la ley, nuestro mérito y nuestra buena voluntad. De repente nos damos cuenta de que las clavijas no entran en los agujeritos. Ese es el origen del afecto de la cólera. Todo se presenta bien para el puente de pontones en el Bósforo, pero hay una tormenta que agita el mar. Toda cólera es agitar el mar.”
Me gusta la imagen que usa Lacan. Un puente de pontones o puente flotante consiste en un tablero apoyado sobre una serie de elementos flotantes que permiten mantenerlo en una situación más o menos fija, pero al mismo tiempo capaz de adaptarse a las subidas y bajadas de la marea. Me recuerda a un paciente que volvió a salir con su ex, advertido del fracaso anterior, pero convencido de poder hacer lo posible para que el puente se mantenga a flote.
El Bósforo es un estrecho que separa la parte europea de Turquía de su parte asiática. El puente en referencia une dos territorios separados por naturaleza. Haciendo el símil con el amor, pienso en la imagen de la media naranja unida rudimentariamente a un medio limón. Un monstruo de Frankenstein que recuerda que, aunque la relación sexual no exista, el amor generará la ilusión de que la relación entre un hombre y una mujer puede andar.
El orden simbólico supone un escenario más o menos calmo, donde el puente se mueve ligeramente siguiendo el ritmo de la marea, pero permite la conexión de un lado con el otro. Es ese estado de la relación en que las cosas van bien, cuando uno se la pasa lindo. Cuando el puente está en pie, aunque algo tambaleante por la corriente pero funciona, se da lo que Gerardo Arenas denomina goce del encastre. Etimológicamente encastre es el acoplamiento de dos piezas y en este caso para Arenas es la satisfacción por la creación de algo nuevo a partir de dos elementos diferentes. Entiendo que, si primero tenemos A y B separados, luego la unión AB es algo distinto y produce un goce.
Tenemos de un lado al sujeto femenino, con una idea más o menos clara de qué le falta y de dónde puede buscarlo. El sujeto femenino amante cree que del otro lado del puente se encuentra su amado, con aquello que ella necesita. Mientras tanto, del lado masculino el sujeto se encuentra amenazado por la castración, temiendo cruzar el puente y muchas veces prefiriendo gozar en silencio a partir de su fantasma. Cada uno con su versión.
Sin embargo, lo real es la contingencia, el malentendido, la discusión, eso que sucede sin que entendamos bien porqué. Como cuando un sujeto le dice a su pareja que bailó con otra chica, seguro de sus propias intenciones, sin nada que temer. Pero sí hay qué temer: la pareja lo cela y él revienta en cólera, alzando la voz, sujetándola fuertemente, frenándose únicamente al percatarse de la mirada asustada de quienes presencian la escena. Mientras él creía que el puente estaba adaptándose, la reacción de su pareja fue como una tormenta que terminó por derribar el puente, haciendo que él actúe fuera de sí, guiado por la cólera.
Cuando la pareja no reaccionó tranquilamente como él esperaba, la clavija no entró en el agujerito. Ahí donde no llegó la esperada comprensión y más bien surgió la comparación con un hombre infiel, el sentimiento de injustica y el deseo de venganza hicieron lo suyo. La cólera se apoderó del cuerpo, elevó los decibeles de la voz, hizo que se aferre fuertemente a esa mujer que pretendía irse de la escena para dejarlo solo. Impactó en este sujeto al punto de no poder reconocerse: “yo no soy así”.
Felizmente después de todo esto hay un punto de elección de goce. ¿A qué me refiero? A que pasada la tormenta uno puede tratar de restablecer el puente y sostenerlo hasta la siguiente contingencia. Estando advertido que tarde o temprano sucederá. Pero también habrá quien decida pasarla mal, hacer de cada aumento de marea una tormenta y sabotear las bases del puente.