Habiendo iniciado mi práctica clínica, llegó el momento de cuestionar si lo que hacía era psicoanálisis. Para responderme tomé elementos que consideré claves en mi proceder: la consigna de la asociación libre, los cortes de sesión, el señalamiento de los significantes que repite el sujeto, etc. Sin notarlo había entrado en el impasse de definir al psicoanálisis a partir de lo clínico.
En su curso El lugar y el lazo, Miller refiere que la tentación del psicoanalista es la de volverse un clínico, (…) es decir un sujeto que se separa de lo que ve, de los fenómenos que se producen, y que, por estar desapegado, llega a adivinar los puntos clave y a ponerse a teclear en el asunto clínico.
Esta indicación viró mi interés hacia la transferencia, aquella que hace pregunta en el control de los casos que dirijo. Raquel Cors lo plantea de la siguiente manera: el lugar del analista es un lugar donde se establece un lazo; siempre y cuando (…) sepamos de qué modo estamos atrapados en el asunto, nosotros mismos que formamos parte del teclado en el que tecleamos.
Es así que el saber-hacer clínico da paso a la posición ética asumida durante la dirección de una cura (una por una). Esta posición es posible gracias a la formación psicoanalítica dentro del propio análisis. Así lo dice Tarrab: El mismo trayecto de análisis nos da momentos de vislumbre, de atravesamiento de esa posición fantasmática, y eso va también reubicando la posición que tenemos en la práctica.
A propósito, recuerdo una queja en el control no soporto a este paciente, quisiera callarlo y decirle que se deje de tonterías y la respuesta del controlador ese eres tú tratando de responder a la demanda de los padres (del paciente), apuntando a una de las bases de mi neurosis. Luego pregunté ¿y qué hago con eso?, lo llevas a tu análisis respondió. Fin del control.
Esta fue una de las primeras ocasiones en que mi práctica se volvió tema de análisis. Y fue el análisis el espacio que ayudó a domesticar algo del malestar ocasionado en la práctica. Así fui notando que como efecto del análisis, pude empezar a posicionarme de un modo distinto en la práctica. Distinguir las emergencias de mi propio inconsciente para no hacer uso de la contratransferencia; y esclarecer la fijación de mi deseo, acallarlo y ofrecer vacancia al deseo del paciente, son aspectos señalados en control y trabajados en análisis. Mauricio Tarrab, en Sobre la formación analítica y la escuela refiere:
Cuando su acto no se regula por su fantasma, cuando su propia ventana sobre lo real ha sido atravesada, o cuando el goce que obtiene de su síntoma no impregna su acto, sino que este está orientado por su saber-hacer ahí, estará más cerca de lo que Miller define como la disciplina del analista : «aprender a ser sin sabor propio». «El deseo del analista es que el sujeto pueda conocer su propio sabor…para eso él mismo debe ser soso»
De esto puedo dar testimonio. La marca de ser aquello que ató a mi madre a la vida tras la muerte de mi abuela, se hace vigente en las sesiones que dirijo. Busco rápida solución al malestar del paciente, sostenerlo dentro y fuera de la sesión, me cuesta demasiado intervenir cuando creo que eso podría dañar o enfrentar al sujeto con algo doloroso. Una de las funciones del control será mantenerme advertido, pero para enfrentar este impasse habrá que trabajar en análisis.
En el control, el practicante es llamado a exponer su práctica, la construcción del caso y la función que asume en el tratamiento. Esto permite «verificar si el analista hace semblante de objeto a y si sus prejuicios hacen obstáculo a que el saber inconsciente se ubique en el lugar de la verdad«. Si bien la construcción del caso se basa en un manejo teórico, otros puntos como hacer semblante de objeto a, evitar actuar desde el propio fantasma y posibilitar que el analizante invente su propia respuesta, son cuestiones dadas por el propio análisis. Por ello, es el control el que tiene lugar en la formación y no la práctica per sé.
Este desarrollo me hace notar la radicalidad de la oposición entre la formación en Psicoanálisis lacaniano y la formación en Psicología o Psicoterapia. Aunque son importantes, el control y la teoría no son la base. El énfasis está puesto en la experiencia analítica como analizante ya que lo que se busca es una transformación en el ser del sujeto. Para responder a mi pregunta, antes del fin de análisis también hay un deseo del analista. Y la posición que uno puede asumir en un tratamiento parte de su trabajo como analizante: es una posición que parte del deseo del analista, depurado en análisis.Para Miller, «el analista debe ser primero un analizado, pues no es analizando a otros como se deviene psicoanalista, sino analizándose«. Es por eso que esta última producción dentro de nuestro cartel de «La formación del analista en la Escuela» no podía dejar de lado mi propia experiencia como analizante.