En un ejercicio de subjetivación mediante la escritura[1], Marcel Proust descubrió un tipo de memoria que no puede evocarse a voluntad, que escapa al dominio de la inteligencia: la «memoria involuntaria». A través de las imágenes que le arroja esta memoria, Proust inicia una búsqueda de lo que se encuentra olvidado en la interioridad del tiempo.
A principios del siglo XX, el reconocimiento del olvido está en las bases de las indagaciones acerca de la memoria. En Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Freud había planteado que las «equivocaciones del recuerdo» no son simples «infidelidades de la memoria» (2012, 51). Más bien parecería existir una contradicción entre memoria (en tanto huella) y recuerdo (en tanto construcción)[2]. Las imágenes de la «memoria involuntaria» pertenecen al orden de la huella, afección inscrita en la mneme, vestigio del pasado superviviente[3].
La floración de las imágenes mnémicas –involuntarias-, pone de manifiesto –a modo de relámpago, como Walter Benjamin entendió que se producía la iluminación profana- fragmentos del «tiempo perdido». El momento de aparición de las imágenes del interior, «verdaderas» (como las concebían los visionarios medievales y los artistas surrealistas), es extraordinario, escapa a la linealidad temporal de la narración del recuerdo. Expone la impureza del tiempo experimentado. Enlaza la memoria sensible con la actualidad, abriendo el interior del tiempo.
Sobre este último punto reflexiona Gilles Deleuze siguiendo a Henri Bergson. En la interioridad del tiempo, plantea, existe un lugar desmesurado, una talla interior. Esta se abre a través de intervalos-cuerda, como la magdalena y el té en el Combray de Proust. «Todo pasa como si la cuerda tendida entre dos instantes, el instante presente y el instante pasado, multiplicara el instante pasado a través del instante presente y, desde entonces, como si elevara el instante pasado a una potencia que jamás tuvo» (Deleuze 2014, 534).
Freud mediante, Benjamin conectó la teoría de la memoria de Bergson con la de Theodor Reik (1888-1969), para pensar la memoria en relación con una experiencia ligada a la dimensión del inconsciente. Reik encontraba que la memoria consciente es esencialmente conservadora, ya que protege al sujeto de las impresiones que pueden provocar un efecto traumático. Freud, apuntaba Benjamin, afirmó que «los restos del recuerdo son fuertes y firmes si el incidente que los deja atrás no ha llegado a la conciencia» (2014, 160) y que, entonces, devenir consciente y dejar una huella en la memoria resultan ser procesos incompatibles (Benjamin 2014, 159). «Traduciéndolo al modo de hablar propio de Proust –concluye Benjamin- solo puede convertirse en componente de la mémoireinvolontairelo que no ha sido ‘vivenciado’ con conciencia y explícitamente, es decir, aquello que al sujeto no le sucedió como ‘vivencia» (2014, 160). Lo que de alguna manera Benjamin nos presenta, recogiendo a Freud, Reik y Proust, es que: de un lado, nos encontramos con la dimensión consciente del sujeto, la vivencia y el recuerdo –integrado al tiempo vivido y ordenado secuencialmente a través de la inteligencia-; y, del otro lado, hallamos la dimensión inconsciente, que es la de la experiencia –en tanto tiempo psicológico, siguiendo a Henri Bergson- y la memoria involuntaria.
Existe una memoria muy cercana a la definida por Proust como «involuntaria». Si abordamos desde esta óptica asociativa La interpretación de los sueños (1899-1901) de Freud, podemos encontrarla en la memoria onírica. En el sueño se pueden saber y recordar cosas que se sustraen de nuestra capacidad de recuerdo de la vigilia, así como en la irrupción de la memoria involuntaria se nos aparecen imágenes ocultas para el recuerdo ordinario. Por otro lado, la «singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente -y en consecuencia inadvertido- en las vivencias diurnas» (Freud 2012: 46), se corresponde con el fenómeno de la memoria involuntaria que registra, en lo aparentemente insignificante, una carga anímica, emocional y energética relevante para el sujeto. Otro de los aspectos es la condición de pasividad, retomando la noción de memoria-pasión, en relación con la ajenidad aparentede las imágenes interiores que se manifiestan más allá de la voluntad. En el estudio sobre las particularidades psicológicas del sueño, Freud explica que, si bien sabemos que el sueño es resultado de nuestra propia actividad psíquica, aparece –al despertar- como «algo ajeno, cuya paternidad nos apuramos tan poco a confesar que (en alemán) tanto decimos Mir hatgeträumt(me ha ocurrido un sueño) cuanto Ichhabegetraümt(he soñado)» (Freid 2012: 72).
En la obra de Proust parece haber una relación dual con la memoria. Por un lado, existe una posición activa en relación con el tiempo olvidado, perdido o a punto de perderse. Se emprende una búsqueda que da lugar a la narración y a la anamnesis (acogiendo el antiguo término filosófico) o «rememoración» (si asumimos la definición de PaulRicoeur2013, 31). Por otro lado, hay una posición pasiva, que implica la suspensión de la voluntad. No hay búsqueda, sino espera. Es la mneme(noción aristotélica),memoria-pasión, memoria compuesta de afecciones, impresiones sensibles, inscripciones más allá de la conciencia. Las imágenes parecen afloran en la distracción, en el olvido de la búsqueda. Solo queda «esperar las imágenes», como proponía Max Ernst en su praxis surrealista, evocando a Juan de Patmos en la escritura del Apocalipsis. Éstas se suscitan en la plenitud condensada de una experiencia estética: las sensaciones que despiertan la magdalena y el té, activan la memoria sensible, y hacen cognoscibles fragmentos del pasado. Se trata, en todo caso, de un descubrimiento poético del interior: si por un lado se capta, como decía Benjamin, «firmemente lo que ha sido (…) como una imagen que relampaguea en el ahora de la cognoscibilidad» (2013, 475), por otro lado este descubrimiento es poético en tanto que implica creación, un hacer con las imágenes en la literatura, un ejercicio de subjetivación a través de la escritura, un trabajo de exteriorización de los fragmentos del pasado experimentado más allá de la conciencia y conservado más allá de la voluntad.
BIBLIOGRAFÍA
- Proust, Marcel, En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann. Buenos Aires: CS Ediciones, 2006.
- Freud, Sigmund, Obras completas. VI. Psicopatología de la vida cotidiana.Buenos Aires: Amorrortu, 2012.
- Cirlot, Victoria, La visión abierta. Del mito del Grial al surrealismo.Madrid: Siruela, 2010.
- Benjamin, Walter, Escritos franceses.Buenos Aires: Amorrortu, 2012.
- Deleuze, Gilles, Cine II: los signos del movimiento y el tiempo, Buenos Aires: Cactus, 2014.
- Bergson, Henri, Memoria y vida. Madrid: Alianza, 1977.
- San Agustín, Confesiones. México: Editorial Porrúa, 2015.
- Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013.
NOTAS
- Un ejercicio semejante lo podemos encontrar en San Agustín (siglo IV).
- «De esos recuerdos de infancia que se llaman los más tempranos no poseemos la huella mnémica real y efectiva, sino una elaboración posterior a ella» (Freud 2012, 52).
- Sobre las supervivencias del pasado piensa AbyWarburg en el Atlas Mnemosyne