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El Bosco | El jardín de las delicias

Santo Tomás de Aquino, la simple resección de las pasiones

Edgar Vázquez

Milán Kundera inicia su novela «La lentitud» con el relato de un viaje que hizo por Francia en compañía de su esposa, yendo por la carretera y ante la impaciencia de un conductor que no consigue adelantarse por culpa del tránsito en ambas direcciones, la mujer se pregunta cómo es que ciertos conductores que suelen hacerlo apresuradamente no tienen miedo cuando van al volante. Kundera responde que un conductor tal «ha sido arrancado a la continuidad del tiempo, está fuera del tiempo […] está en estado de éxtasis […] La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre. Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre en su cuerpo» (p. 10). Acaso la última frase requiera ser reformulada, ya que aquel que vive un estado de éxtasis, vaya en motocicleta o a pie, establece una particular relación con su cuerpo; es decir, lo encuentra afectado. Destacamos entonces de entrada el tiempo y las afecciones del cuerpo o, siguiendo a Lacan: los afectos, las pasiones.

Desde sus inicios el psicoanálisis puso en cuestión la adecuación del afecto a la vivencia, muy tempranamente Freud destacó que aquel siempre está desplazado entre las representaciones. Lacan por su parte, propone categórico «Reconsiderar el afecto a partir de mis decires» y no sino a partir de «lo seguro que se ha dicho de él» (3, p. 551). La referencia a Santo Tomás de Aquino es explicita y sobradamente justificada, la simple resección (Del lat. resectio, -ōnis ‘acción de cortar’) realizada por el filósofo da, para Lacan, cabal testimonio del establecimiento no solo del alma sino también del cuerpo como sede de las pasiones, para entonces poder afirmar que tal cuerpo se encuentra afectado, emocionado, apasionado por la estructura del lenguaje.

La novedad introducida por Lacan en esas breves líneas de Televisión consiste en dejar de lado la fisiología, el idealismo inherente a la especulación filosófica y psicológica, y considerar las pasiones en su dimensión ética; yendo a contramano de la tradición cientificista que insiste en hacer pasar los signos medibles y demostrables como garante de la verdad, se trataría entonces de acuerdo a J-A. Miller, de asignar a las pasiones un lugar dentro de la experiencia analítica al proceder a su verificación singular, operación consistente no en otorgarles un valor de verdad por sí mismas, sino hacerlas verdaderas, así pues «no se trata de una fenomenología de las emociones ni tampoco de un problema de self-control, de dominio de las emociones, sino de lo que es bueno o malo, de lo que se ajusta a un bien, […] solo en este abordaje tradicional de la cuestión encuentra el psicoanálisis su orientación» (4, p. 161). Según el pensamiento tomista, las pasiones son para quien las experimenta también un indicador del tiempo presente e ineludible y son, por otra parte, capaces de dirigir la acción humana; es decir, que podríamos ubicar en el territorio de la ética propia del psicoanálisis no solo el abordaje de las pasiones sino también, según nuestra lectura, el de la temporalidad que es solidario a la operatoria arriba indicada.

Las referencias al tiempo en psicoanálisis suelen estar preñadas de la máxima freudiana según la cual los fenómenos del inconciente son en esencia atemporales y su eficacia determinada por la temporalidad retroactiva; Lacan por su parte, sin desdeñar esa posición, propone lo que llama la modulación del tiempo, los modos del tiempo o «los tres momentos de la evidencia» (2, p. 194): el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir, a ellos se corresponde un tipo particular de sujeto, al primero el sujeto impersonal, al segundo, el sujeto indefinido recíproco y al tercer momento el sujeto del aserto. Estos tres tiempos y dos escansiones o mociones suspendidas, que presentan una discontinuidad tonal, no quedan de ninguna manera desvinculados la línea temporal, ya que de hecho es preciso ubicar al sujeto mismo como función temporal, representado diacrónicamente entre dos significantes, a partir de su inscripción sincrónica en el campo del Otro. El tiempo lógico es la dimensión de tiempo en que se pone en juego en el acto del decir y en el cual se verifican sus efectos. De acuerdo a esta perspectiva, si algo corresponde al psicoanálisis en relación al éxtasis que introdujo la velocidad de la revolución técnica, otro nombre para el vértigo global, será la introducción del tiempo de comprender entre el instante de la mirada y el momento de concluir, tiempo último que «no puede ser formulado sino por el sujeto que ha formado su aserto sobre sí, y no puede sin reservas serle imputado por algún otro…» (ídem, p. 202) y quizá no necesariamente se integre a la continuidad del tiempo, pero no será ajeno a él.

BIBLIOGRAFÍA

  • KUNDERA, MILAN (1995) La lentitud, Colección Fábula, Tusquets, 1ª Edición argentina, 2006, Buenos Aires.
  • LACAN, JACQUES (1945) ‘El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma’, en Escritos 1,Siglo XXI Editores, 2ª reimpresión, 2005, Buenos Aires, pp. 187-203
  • LACAN, JACQUES (1973) ‘Televisión’, en Otros escritos, Paidós, 2012, Buenos Aires, pp. 535-572.

MILLER, JACQUES-ALLAIN (s/d) ‘A propósito de los afectos en la experiencia analítica’, en Matemas II, Manantial, 2ª edición, 3ª reimpresión, 2003, Buenos Aires, pp. 147-164.

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