Diferentes silencios resuenan en el vocablo latino, infans, sin voz, algunos de ellos aluden a la mudez de la pulsión que insiste y que el psicoanalista se encarga de escuchar en la clínica; refieren a la insistencia de un dato “primigenido, arcaico y primordial”1 del que escuchamos su empuje, esa fuerza constante que, como dice Freud, “no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja, es una fuerza constante”2 que busca satisfacción más allá del principio del placer. Esa satisfacción que Lacan llamó goce, pasa entre dos murallas de imposibles: lo imposible entendido como lo real que se separa del principio del placer y lo imposible de satisfacer que refiere a que no hay ningún objeto que lo satisfaga. Aunque ese objeto es inexistente e indiferente, la pulsión lo bordea. Cada uno de esos imposibles tiene su silencio.
El silencio es compañero de la pulsión. Ya lo planteaba Freud en el “El yo y el Ello”, y lo introducía Lacan en “Función y campo de la palabra y el lenguaje” cuando decía que el silencio está en el corazón de la pulsión. Con esta alusión, dice Enric Berenguer, Lacan espacializa al silencio1, pero hay diferencia entre el “mudo silencio del plus de gozar” que atañe al sentido y el silencio del goce singular del parlêtre, que diría, atañe a la letra. La palabrería del primero tapa al segundo que puede aparecer como discontinuidad. En el segundo, el silencio se convierte en lo inanalizable, en el fuera de sentido, el ombligo del sueño, que remite a la cicatriz umbilical del cuerpo. Esto remite al uno de goce, al paso de el no cesa de no escribirse de la relación sexual, al no cesa de inscribirse del síntoma.
Ese silencio mudo del plus de gozar puede abrirse en dos vertientes: la primera se relaciona con el silencio mudo que se manifiesta en la identificación y cuya escritura S1 → S2, da cuenta de la constitución de cadenas significantes, desplazamientos metonímicos cuya orientación está dada por la búsqueda de satisfacción del deseo que sucede en silencio; y la segunda, con el silencio de la pulsión en la configuración del fantasma, $ ◊ a, donde la relación se da entre el sujeto dividido y el objeto a que se ofrece como tapón impidiendo el encuentro entre silencio y vacío. El tercer silencio, relacionado con el goce de la vida, hace referencia a esa letra, que configura un borde en el agujero efecto del encuentro del cuerpo con el significante.
Ese “abanico de silencios” encuentra un despliegue en la trayectoria del recorrido analítico. Los silencios marcan el ritmo del análisis, su desarrollo, la articulación de una palabra con otra, su separación, su ausencia, la deslibinización que las deja caer. No sólo en la entrada del análisis, cuando se formula la demanda, en un instante de ver, y se procede a un tiempo de comprender, sino también al momento de concluir. La pulsión urge en el ingreso bajo la máscara del deseo de saber, pidiéndole a Otro- analista que le ayude a saber, que le sirva de partero para decir lo que le pasa. El analista reorienta el pedido en la dirección del analizante demandante, para permitir que eso que urge, el inconsciente, permanezca en la urgencia, que logre desabonarse del sentido sostenido en metonimias y metáforas significantes, para que al final del recorrido se devele la presencia de lo que urge, el inconsciente real, el S1 de goce, como letra-marca que bordea al agujero que insiste en la vida.
Los testimonios del pase dan cuenta de los silencios y sus interrupciones. La huella primordial refiere al troutmatismo con su propio silencio, al producto del encuentro entre significante y cuerpo, al agujero que se tapona con el objeto (a) plus de goce, que se bordea con palabras tratando de hacer hablar eso sin palabras que insiste. En ese bordeamiento las identificaciones caen, el fantasma se disuelve y la pulsión deviene dando la posibilidad a una invención. La escucha del analista atiende ese montaje que se presenta “sin ton ni son”4 de la pulsión, como dice Lacan, y de ese modo dignifica los modos de goce.
Irene Kuperwajcs, en su testimonio, “Tomar la palabra”5 se presenta como la que no puede hablar, invadida de silencio, habla a través del Otro. En el trayecto analítico se encuentra con la palabra propia, con su posibilidad de enunciación. Toma la palabra luego de haber habitado un silencio inhibidor que aparece asociado al fantasma fundamental. Solo cuando el Nombre del Padre cae y puede reconocer el objeto a, en su condición de mirada, de voz, y atravesar el fantasma, reconoce una escritura de cuerpo, el “espasmosdesollozos”, significante que la acompañó desde pequeña, en el que retenía el grito y el llanto. Silencio-Palabra. El “espasmosdesollozos” como escritura en el cuerpo marca un silencio constitutivo. Finalmente, toma la palabra, y los diferentes silencios que la habitaban logran encontrar alguna localización.
1. Lacan, J. Seminario 11, Aun. Buenos Aires, Paidós, 2006. pp.169.
2. Ibid., pág. 172.
3. Enric B. Silencio, Rimini. 2019. www.lalibertaddepluma.org.
4. Ibid., pág.176.
5. Irene Kuperwcs, “Tomar la Palabra”, Lacaniana 27, EOL, junio 2019, pp. 107-1246. Raquel Cors, Testimonio 27-28-U.no.
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