Los dos años que permitieron el transcurso del cartel:la formación del analista; fueron sobre todo una pausa en tan ajetreado lapso de mi vida. Iniciaba la maestría en derechos humanos, la cual me permitió a paso fácil incluirme en la trama de los discursos Todo, las lógicas totalitarias, dicotómicas y la ilusión del para todos. Me atoraba velozmente cual moneda que no sale ni entra por una rendija, entre lo inexacto del posible y absoluto cambio social y la congoja que me producía pensar al capitalismo como un ente devorador.
Devorada por la identificación, ¿amor?, justo en ese punto se abrió el cartel con Carolina Puchet y dos compañeros más, Paty y Omar. A partir de lo capturada que estaba por los discursos social-políticos y la militancia, el rasgo que elegí fue en ese inicio el interés sobre la política en el discurso lacaniano. Por supuesto que yo pensaba la política desde lo totalitario tildando de tibieza a cualquier postura que no lo sostuviera así. Lo no-todo desde el propio análisis y el cartel me salió al paso enseguida.
Leí en ese entonces las palabras de Xavier Esqué al decir que en el registro de la identificación que es el de la representación, no hay certeza1Xavier Esqué. Acto analítico y práctica de la interpretación. ¿Cómo se forman los analistas?, Nel México, Grama, hay indeterminación. La certeza está a nivel de pulsión, del goce. Pienso que se apuntala en el acto la certeza del goce, es decir, del lugar indeterminado de la identificación hace desplazamiento que va del gran Otro hacia la posición de objeto pequeño a, objeto causa de deseo y lugar del acto.
El acto para mí entonces, fue abrir un espacio para el cartel, que a su vez permitió el encuentro con otros cartelizantes para poner pausa a la locura veloz que otorga la ideología en el cuerpo.
El cartel entonces se avistaba como un objeto pequeño a, que causó el deseo durante dos años, algunas veces imposible de ser asumido, otras muy posibles de ser tomado, pero apuntaba cada ocasión a seguir preguntando y a la reunión. Esa cualidad de pregunta, abría huecos entre tantas respuesta ya colocadas y saberes inamovibles.
La pregunta que convocaba al encuentro, ¿Qué es el analista? Qué y no quién, en tanto función e incógnita desvanecía la indeterminación, el artificio de la identificación a la persona, el semblante. La pregunta flexibilizó los conceptos construidos desde la identificación de cómo debía ser un analista, las definiciones tajantes y las respuestas completas. El hueco al cual no le corresponde un saber total atravesó no sólo mis posturas ilusoriamente definidas sobre qué es el analista y el psicoanálisis, sino que también mordió mi cuerpo desde la experiencia analizante.
El rasgo elegido iba tomando forma y se dirigía hacia comprender la política lacaniana. El texto de Angelina Harari fue contundente al ponerlo ante mis ojos, parafraseo, la Escuela se orienta hacia la esfera pública, tomando postura en tanto su posición de psicoanalistas, como actores de la sociedad civil y comprometidos en la formación colectiva de la Escuela, no partidista, no como militantes sino que sostenidos por una orientación, no una norma. La orientación entendida en tanto que la unidad disyunta del dos, hace surgir el lugar de lo real, el de la conexión de uno y del goce. No el uno reducido al significante que develaría el uno de lo absoluto; sino al de la no relación sexual entre significantes donde se muestra que no hay posibilidad de dos, sino que hay solo “el cuerpo”. Harari lo llama muy interesantemente “suma de soledades subjetivas que remiten al Uno disyunto del dos, que no llaman al sentido”. La política lacaniana en la Escuela admite entonces una soledad subjetiva en cada uno con un interés por saber, trayecto que no es en solitario sino al lado de otros.
El psicoanálisis al no responder al llamado del sentido que colocan seductoramente los discursos Todo, puede actuar a manera de movilizador en medio de la desorientación generalizada por la acumulación de sentidos.
El rasgo entonces fue llevándome por otros tramos. Ubico algunos, de la política-toda, militante y partidista a la política lacaniana de la Escuela y el pase que permite investigar qué es el analista, partiendo de no saberlo. Reconstruir la conceptualización del psicoanálisis, esta vez desde la orientación y no la norma, con sus implicaciones epistémicas, clínicas y por supuesto políticas. La Escuela del pase admite entonces la experiencia del análisis llevado a su término y la demostración en la comunidad lacaniana. No hay La-toda formación del analista, sino las formaciones del inconsciente y como tal ser analista no es precisamente analizar a otros, sino conseguir una posición de analizante, tener una relación con su propio inconsciente, interesarse en él. No hay cura por vía de la identificación al analista, cómo podría haberla si no partimos de la disyunción del uno con el dos. No hay El Analista.
De la pregunta sobre el analista como persona o semblante, a interesarse sobre la posición del analista. Del quién es analista, al qué es analista. La política de la escuela no fundada en la identidad del analista, sino volviendo al analista en tanto concepto hacia la pregunta sobre su función, seguir preguntando esto tiene consecuencias contundentes en la práctica propia del psicoanálisis.
Sin pensar en salir indemne de los dos años que duró el recorrido por el cartel acompañada de Caro y de los compañeros, las consecuencias no solo en mis intereses posteriores sobre los saberes psicoanalíticos, sino en la vida misma se atraviesan al paso en cada ocasión posible.
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