El desplazamiento forzado, efecto de un acto violento de guerra, despoja a los habitantes de sus coordenadas espacio-temporales, de sus bienes y seres queridos. Lo que se sostenía en un ideal o en la rutina, se deslocaliza y precipita a cada sujeto en un desierto sin referencias y en una errancia sin horizonte, terreno fértil para el retorno de traumas singulares en busca de soluciones.
M. H. Brousse[1] propone tratar los traumas de guerra a partir de las dimensiones del nudo borromeo, y de modo particular, de la elaboración de Lacan en el Seminario 21, «Los no incautos yerran», que plantea «la función de medio» que cada dimensión cumple en el anudamiento de toda actividad humana: el imaginario medio de lo real y de lo simbólico, el simbólico medio de lo real y de lo imaginario y el real medio de lo simbólico y de lo imaginario.
En lo imaginario como medio de lo simbólico y de lo real operan la imagen y su poder unificador y la referencia transitiva al otro semejante con quien el sujeto se confunde y compite en medio de la agresividad y la fascinación. El significante «desplazado» configura un expediente en la categoría de las víctimas y posibilita una identificación horizontal con los que viven una situación similar de despojo.
El acto violento, la pérdida de objetos materiales y de seres queridos despiertan la rivalidad y la venganza que requieren de acuerdos en lo social, pero a la vez introducen el objeto a perdido e irremplazable, soporte de un goce esencial. Ya no sirven ni la agresión, ni la negociación, pues siempre hay algo que se escapa.
Ante la muerte, lo simbólico como medio de lo imaginario y lo real opera en diferentes formas: con la nominación «desplazado», respaldada por la norma, como identificación y promesa de reparación de los derechos afectados; con los ritos de enterramiento, sus símbolos y monumentos con los nombres de los desaparecidos que localizan lo que no tiene sitio; con los diferentes saberes que dan explicaciones y soluciones.
Pero al tratar de mantener viva la memoria de los desaparecidos, el peregrinaje entorno a lo perdido se relanza en búsquedas incesantes de restos humanos y reparaciones. El acto violento e intempestivo que marca un antes y un después, revive la perdida constitutiva y el horror a la deslocalización.
El real que lanza al desplazamiento forzado es medio de lo imaginario y lo simbólico. Ante el acto violento que involucra al cuerpo fragmentado, la imagen unificada intenta reconstruirlo, la angustia se hace presente como señal del real de la muerte y certificación del lazo entre ella y el cuerpo, que sin simbólico no se escribiría, y lo imaginario, ante la contingencia del acto, busca explicaciones.
Hay destrucción del orden social, pero se producen nuevos lazos que implican mutaciones en el discurso del amo. Cada sujeto desplazado se ve enfrentado a nuevos entornos y roles.
El modelo topológico sitúa el efecto traumático del desplazamiento en el inconsciente y visualiza, goces, soluciones e imposibilidades que le atañen.
NOTAS
- Brousse, M.H, 2015, El Psicoanálisis a la hora de la guerra, Buenos Aires: Tres Haches, pp. 199-226.