
Lo escrito en la punta de la lengua, Francisco Pisani
El cartel y el bien decir
Jornada de carteles Nel 2024
un biendecir desparacitado
Entre las distintas maneras y entradas que imaginé para preparar este trabajo elegí una. La de escribirlo. Suena simple, en vez de pensar: escribir. Quizás lo es, pero estoy casi seguro de que escribir -o la escritura que no son lo mismo-, es otra manera de pensamiento. Confiar en la escritura, permite, me permite una suerte de enigma y a veces sorprenderme de eso que se escribió. A lo mejor, también les resuena como a mí, que escribir así tiene algo de la escena analítica. El dejarse llevar en la asociación libre, que como sabemos no lo es tanto, abre las puertas a la contingencia.
Para escribir esta presentación me interrogué cuál sería la pregunta que orientaría este texto, a partir de las premisas: el cartel y el bien decir. Ahora que les leo estas palabras esa pregunta ya estará presente, pero cuando empecé a escribir esto, no la tenía. Como no soy mago, no saco conejos del sombrero como decía Lacan, la pregunta que sostiene este escrito tuve que descubrirla a partir del recorrido mismo del texto.
Si me siguen en este argumento, es similar a lo que sucede en el cartel con el rasgo, quizás más preciso como he trabajado en cada uno de los carteles en que he participado. Hay un tema general, pero lo que viene no se sabe muy bien que será, hay que hacer el recorrido para saberlo.
Hace un tiempo me encontraba en distintas librerías con un librito, y que lo dejaba pasar, pero un domingo después de las compras de las frutas y verduras, pasé a una librería cercade mi casa y lo miré con más atención, quizás porque era temprano y podía quedarme un rato mirando los libros. Lo tomé, pero esta vez lo leí detenidamente, y pude ver de qué se trataba. El autor hace un recorrido de cómo llegó a una pregunta, no cualquiera, sino una que le concierne. Trata sobre la aventura si se quiere, de hacerse una pregunta. El librito es la historia de la formalización, de la puesta en función de la pregunta: ¿cuál era? La siguiente: ¿qué es lo que vale la pena escribir?
De esta pequeña anécdota, se desprende algo sumamente lógico, y es que las preguntas, no están necesariamente al inicio, no vienen de suyo desde el origen, muchas veces son el punto de llegada, mejor aún un umbral.
Me sirvo de esta pequeña disrupción para pensar la pregunta de este texto, pero también poner sobre la mesa una manera de trabajar en el cartel. El rasgo, la pregunta, el producto que no son lo mismo, son efectos de un recorrido, de una formalización de la experiencia de ese pequeño grupo de trabajo.
A propósito de la invitación de esta mesa plenaria sobre el “cartel y el bien decir”, la contingencia del encuentro con ese librito me sirve para poner en relieve la pregunta que se hizo su autor ¿qué es lo que vale la pena escribir? Pero me interesa traerla a nuestro campo, importarla a nuestra práctica y preguntarme junto a ustedes: ¿qué es lo que vale la pena escribir en psicoanálisis? ¿qué es lo que vale la pena decir en psicoanálisis? Un paso más ahora que nos acercamos de apoco al decir ¿Cómo sabemos que estamos en el campo del bien decir?
Para problematizar esto me sirve pensar por vía de lo opuesto al bien decir, a lo contrario a la escritura, por ejemplo, la redacción y la cita. No se trata de que toda redacción o cita estén mal, sino desde la perspectiva de un uso que obtura la singularidad, las fisuras, las fallas, en definitiva, el estilo. Un uso de la cita que podríamos decir puede funcionar como un poner a resguardo lo singular, y se me ocurre ahora, y habría que comprobarlo, la cita como una suerte de uso fóbico. La fobia es un recurso por su puesto, que pone a resguardo al sujeto. Pienso que el uso desmedido de la cita conlleva a la posibilidad de contagiarse mortalmente -exagero un poco- de la enfermedad de la cita, que consiste en parasitar al otro. Parasitar al otro y ponerse a resguardo reservando un rincón tranquilo del mundo. Para citar y parasitar están a una letra de distancia.
Llevándolo a la experiencia de cartelizar cabe la pregunta por ¿cómo sabemos que el bien decir está en el producto? ¿El producto es necesariamente del orden de lo escrito? ¿podemos hacer la diferencia entre efectos de cartel con el producto del cartel? El producto del cartel habitualmente se piensa como un texto escrito que eventualmente tendría algún tipo de retorno en la Escuela. Como el día de hoy, donde nos concertamos a poner al trabajo la transmisión de múltiples enunciaciones encarnadas en diferentes textos que han caído como los frutos maduros del órgano base de la Escuela y están listos para ser compartidos, degustados y hablados. A partir de pensar esta relación entre producto del cartel y lo escrito, se me venía la idea muy común sobre la escritura y la página en blanco. La mítica página en blanco y los efectos de inhibición o angustia que podría suscitar en algunos en el momento de enfrentar esta encrucijada. Quería proponerles una idea contraría, su reverso, los invito a imaginar la siguiente hipótesis, y si el escribir se parece más a enfrentarse con una página saturada de palabras y letras, tantas que nada puede diferenciarse. Si esto fuera así el problema no es que poner en la hoja en blanco, sino más difícil, sino que sacar, decidir qué perder entre los miles, millones de posibilidades y combinatorias que el otro del lenguaje nos ofrece. Pensada así la escritura se asemeja más a perder, correr ciertos riesgos en una apuesta de sostener algo.
No sé si esto se les empieza armar como a mí, se asemeja a lo que decía nuestro querido Freud sobre el psicoanálisis apropósito de Da Vinci. Freud decía que el psicoanálisis se parece menos a la pintura y más a la escultura. El psicoanálisis, la escritura y la escultura en piedra como prácticas están emparentadas, no son lo mismo por su puesto, pero están en un campo similar donde resuena el martillo, el cincel y la roca. Freud pensaba del análisis “per la via di levere”, el camino de quitar trocito a trocito piedra sobrante para darle lugar a la estatua contenida en ella. Esto toma tiempo.
Estas vueltas me ayudan a pensar con ustedes la cuestión del rasgo en el cartel y como se llega al bien decir y al producto. Se cuenta que por el año 1500 en Florencia había un bloque de mármol que estuvo abandonado por muchos años al costado de la Opera dell Duomo. Varios escultores habían intentado trabajar con él, desistiendo, dejando de lado el proyecto y de paso arruinando la roca. Cuando Miguel Ángel se hizo cargo a sus veinte años, se dice que pasó varios meses mirando el gigante de mármol, pasando largas horas junto a esa roca arruinada, llena de agujeros, rodeada de matorrales y basura. Le tomo tres años esculpir el David que hoy todos conocemos. Es decir, toma un tiempo encontrar la roca y luego la forma que habita en ella.
No es que la escultura está antes, como en el mundo platónico, donde la idea es primero, sino algo así como la experiencia creo conocida por todos de la palabra en la punta de la lengua. Es como si esa palabra en la punta de la lengua habitara entre la presencia y la ausencia. La palabra, la escritura, el rasgo es como el famoso experimento del gato del de Schrödinger, está vivo y muerto al mismo tiempo, esta y no esta. Es una rara topología de la palabra la que descubrió y nos enseñó Freud.
El psicoanálisis comparte con la literatura venir de la mala memoria, de su falla estructural, de sus equivocaciones, de sus ficciones, ambos campos residen en esa trizadura, y ambas son uno de los últimos lugares en que se preservan el misterio en nuestra época. El misterio termina donde comienza la Historia y quizás por eso Joyce dijo que la Historia es una pesadilla de la que está intentando despertar.
Introducir un misterio creciente ante nosotros mismos es uno de los rasgos de la experiencia analítica. Así cuando necesitamos avanzar en la teoría lo hacemos cuando no sabemos algo. Así investigamos cuando queremos saber algo que desconocemos. Desconocer lo que intentamos ubicar, me parece que es una de las posibilidades de hacer una teoría rigurosa, porque si ya se sabe no hay nada que buscar o peor aún solo nos confrontamos con la tristeza de confirmar lo sabido. Cuando se preserva el misterio en el centro de la teoría, se constituye a sí misma como teoría y así conoce sus límites.
Si el misterio se pierde es el fin de la escritura, el fin de la literatura, la extinción del psicoanálisis. El cuerpo, el goce en el cuerpo, permite acercarnos como brújula que muestra el norte a partir de lo que insiste en cada uno de nosotros. A veces como falla, otras como obsesión, como afección en el cuerpo, como palabras impuestas, etc. Que lo ignorado crezca cuando nos acercamos a ello, nos indica que mientras más sabemos, más grande es nuestra ignorancia. El deseo de saber se desprende no de la acumulación de conocimiento, sino por el contrario de la amplificación de lo imposible. Así el saber nos ofrece su alegría no por acumulación, sino por su contrario, sino por hacer crecer lo que queda como un imposible para cada uno.
Lacan liga en el Seminario 2 la insistencia con el deseo, eso insiste, eso se hace oír. Como en el David de Miguel Ángel, pudo leer en la roca gigante en su fallas la escultura que habitaba en ella y dejó que eso se escribiera. Quizás se trata de lo que Freud inventó y nos enseñó, que el psicoanálisis es un dispositivo de lectura. Nos enseñó a leer las formaciones del inconsciente y la letra que comparece sustrayéndose. Se trataría de leer eso que insiste en cada uno. Lo que está a la vista, pero no podemos ver por su cercanía. Está a la vista, como aquella carta robada, pero requiere que eso sea leído y así dejamos que aparezca lo escrito.
Lacan en Televisión habla al público sobre la depresión vinculándola con un problema moral, como una forma de cobardía. Al mismo tiempo sitúa el coraje como un deber de bien decir, esto es muy interesante porque liga el saber, con lo alegre, no un saber muerto -agrego parasitado, refugio contra lo singular-, sino un saber alegre, inédito en relación con el inconsciente. Ese saber alegre está ligado al bien decir y por lo tanto a un coraje. La ausencia de una palabra, quizás por la presencia infinita de otras, es lo que hace tan difícil, un decir, tomar la palabra, pero quien encuentra al final el coraje de hablar, sabe que lo hace, en nombre de lo que falta. Quizás eso que hace falta, es una posibilidad de que valga la pena escribir. Escribir sobre eso indecible, sin nombre y que habita como insistencia. Eso es darse de narices contra la pared con lo que no cesa de estar ahí. Quizás el psicoanálisis se trata de eso, de correr el riesgo de decir a nombre propio, a nombre de eso imposible, porque como dijo el viejo Freud eso habla, de eso se trata.
¡Gracias!
-Freud, S. Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci
-Montalbetti, M. Sentido y ceguera del poema
-Lacan, J. Seminario 2
-Lacan, J. Televisión
