«El ser humano no tiene un camino directo a su partenaire. Debe pasar por todo un laberinto, por dédalos, por un verdadero palacio de espejismos, por impasses, y su sexualidad es dispersa, problemática, contradictoria y, a fin de cuentas, podemos decirlo, dolorosa» (Miller, 2005)[1]
Cuando Miller en uno de sus texto[2], comienza su disertación acerca de la dificultad de encontrar partenaires en la vida, hace contraste con lo fácil que sería ese proceso, si existiera para los seres humanos el instinto sexual:»Si el instinto sexual existiera en la especie humana, sería simple, no habría psicoanálisis porque no tendríamos preguntas para plantearnos. Porque habría una fuerza ciega, una fuerza muda, que lo dirigiría y lo conduciría hacia el partenaire que usted precisa, el partenaire tipo, el partenaire estándar, aquel que le corresponde»
Sin embargo, en ese mismo texto, hace algunas aclaraciones y diferenciaciones en relación al deseo, la demanda, el goce y el amor. Contrapone primero la idea del deseo humano con el instinto animal, dejando claro que el deseo nunca es instinto, pues el instinto es un saber claro e irrevocable, en cambio el deseo es siempre una opacidad, un no saber, una pregunta. Preguntas que también aplican en esa incansable búsqueda del partenaire «¿qué deseo realmente? ¿Es ese mi verdadero deseo? Mi deseo, ¿es bueno o malo?, ¿es perjudicial?, ¿está prohibido? Lo que creo que es mi deseo, ¿no es acaso una ilusión?» Este deseo y la perplejidad en la que generalmente nos sume, siempre está referido a un Otro,y siempre tiene y tendrá que ver con su deseo, con el deseo del Otro, que es aún más opaco. Por otro lado, la demanda es aquello que yo creo desear, aquello que exijo y vocifero a todos esos otros, para que sea cumplido, satisfecho. Sin embargo, ni deseo, ni demanda son estadíos estables, son siempre intermitentes, variables, impredecibles. En contraposición a esta intermitencia, está por supuesto el goce, como una pulsión, pulsación, que no descansa, que no para y que nunca está dirigida a un Otro, solo busca realizarse para cerrar un ciclo en sí misma, el goce es a-humano, no-humano.
¿Qué nos queda entonces entre estos dos polos de intermitencia y exigencia? ¿Entre un deseo o demanda que se dirige a un Otro y un goce que solo busca satisfacerse en sí mismo? Según Miller, lo único que queda, como invención posible es el amor «El amor permite creer que todo eso se sostiene junto: de un lado, el partenaire sexual que precisa el deseo, del otro, el partenaire ahumano que precisa el goce.» Se plantea al amor como una especie de cuento o relato que va a tomar estas dos partes de la sexualidad humana, el deseo y el goce e intentará tejer con ellas un pastiche, para soñar que funcionan juntas y que se pueden encontrar en un solo sujeto, de una manera simple.
Las tecnologías de información y comunicación y las redes sociales nos han traído un mundo de posibilidades en muchos sentidos, especialmente en la dimensión de las interacciones. Gracias a lo digital son posibles muchas cosas, puedo mencionar entre otras, la velocidad en las comunicaciones, la posibilidad de reducir las distancias, el colapso de contextos a la hora de comunicarnos y la posibilidad de controlar mis palabras, borrar o manipular el tono de una conversación, limitar la visibilidad del cuerpo, modificar mi imagen, consumir diversos textos comunicativos sincrónicamente, dilatar las respuestas gracias a las conversaciones mediadas por dispositivos electrónicos.
Para esta reflexión quise tomar como elemento central el corto de ficción llamado Noah, una historia que se desarrolla completamente en la pantalla de la computadora de un adolescente, Noah y sigue a su protagonista epónimo ya que su relación empeora rápidamente en este fascinante estudio del comportamiento (y el romance) en la era de Internet.
En los primeros minutos del corto, se observa en la pantalla de Noah, cómo él ingresa al sitio popular de pornografía Youporn, al mismo tiempo, en otra pestaña, ingresa a la red social Facebook, que abre conectada a su perfil personal y a su muro. Regresa a pestaña de Youporn y escoge de entre una lista categoría «Amateur» Hace clic en un video llamado «A quiet night out for the girls». Al escuchar sonidos de notificación de Facebook messenger cambia de pestaña a la de Facebook. En una ventana de chat abierta con Amy Schultz, su novia, responde sí al mensaje de ella en el chat «Hola, ¿estás en casa? Necesito hablar contigo» Pregunta a la chica si pueden hablar por Skype, a lo que ella responde que está en línea.
Si solo me enfocara en esos primeros minutos de interacción de Noah con su pantalla de computador, si solo me dedicara a analizar esos primero tres minutos que muestra el corto y me hiciera la pregunta ¿qué lleva a Noah a prender su compu y acceder a páginas de pornografía? Podría contestar que es su goce, su goce autista, voyeur que busca compulsivamente mirar el goce de otros para satisfacer el propio (en el caso del corto se muestra fugazmente un clip de porno categoría amateur titulado «Una noche tranquila entre chicas»). Sin embargo, Noah, tan solo unos segundos después de haber accedido al popular página de porno en internet, accede también, en una misma pestaña del buscador, para tenerlo todo circunscrito en esa pequeña pantalla que es una especie de e ventana, también su perfil de Facebook, que le da acceso a ventanas de chats con amigos y conocidos. Y entonces aquí cabe otra pregunta, qué busca con esto Noah, ¿es su goce lo que lo impulsa? Yo me atrevería a decir que no, creo que lo impulsa la pregunta por el deseo del Otro, con mayúscula, que las redes saben captar y visibilizar tan bien. Es su deseo que le pregunta al deseo del Otro, cualquier otro, o ciertos otros que le importan más, ¿yo te importo? ¿Te importo lo suficiente para que aunque sea le des likes a lo que publico? ¿O te importo un poco más, como para que me busques, quieras hablarme, me desees también?
Y efectivamente, apenas ingresar a su perfil en Facebook, porque en esto lo digital es implacable, eficiente y veloz, su novia, quien también estaba conectada a Facebook, le habla por la pequeña ventana del chat y le pregunta si pueden hablar.
Y es así, como en apenas tres minutos este genial corto logra en estas dos interacciones ilustrar lo que Miller desarrollaba en su texto, como inventar ese partenaire, cómo lo digital está colaborando con esa imposibilidad y gracias a sus interfaces y ventanas, nos permite colocar en una misma pantalla, como lo hizo Noah en esos minutos, el objeto de su goce, el video de pornografía y el objeto de su deseo, el chat con su novia. Permitiéndole consumirlos prácticamente en sincronía y dándole la ilusión que puede unificarlos y que son la misma cosa.
«Por lo tanto, ¿qué hay en el lugar de la fórmula que falta? Hay toda una variedad. La variedad imprevisible de la sexualidad humana. Están los encuentros del amor, las repeticiones del deseo, los traumatismos del goce. Y estos encuentros, estas repeticiones, estos traumatismos, son siempre sorpresas. Las previsiones son imposibles, las pedagogías inútiles y la prevención nada puede hacer, por supuesto, porque la relación sexual al otro no está escrita por anticipado: se inventa. Hay siempre una parte de invención en una pareja».
NOTAS
- «La invención del partenaire» Este texto corresponde al 14° episodio de la serie «Historia de… psicoanálisis», transmitido por France Culture el 16 de junio de 2005.
- IBID.