¿Cómo iniciar a hablar, y en este caso, a escribir sobre el deseo del analista?, esa fue la idea que por un tiempo se mantenía o me mantenía detenido. “Hablar sobre el deseo del analista”, pero intentar hablar sobre el deseo del analista era una forma de responder a mi pregunta: ¿qué es el deseo del analista?
En sí misma (volviendo a la idea “hablar sobre el deseo del analista”) es una frase que tenía su propia respuesta, el “sobre”, no es hablar sobre la única y última concepción del deseo, es un sobre, un acerca, es poder darle un vistazo a eso que se torna y es un enigma.
Pensar en lo que puede implicar el deseo conlleva varias concepciones. Algunos consideran que desear algo es el anhelo por conseguir un objeto, una situación, un logro determinado. Para la Real Academia de la Lengua Española, se pueden considerar 4 definiciones, entre ellas me referiré solo a 3: la primera definición hace referencia al “movimiento afectivo hacia algo que se apetece”; la segunda definición nos dice “acción y efecto de desear” y la tercera hace referencia a un “objeto de deseo”[1].
Lo primero que hay que diferenciar es que el querer y anhelar no es lo mismo que el deseo. Tanto el querer como el anhelar, tienen como fin un objeto o fin determinado, si alguien quiere un helado, el helado será la dirección a seguir hasta conseguirlo. Si alguien anhela ser conocido como profesional, ya conoce el fin para alcanzar o incluso no hacerlo, y dejarlo como ese anhelo inalcanzable, sin embargo la lógica que aborda el psicoanálisis sobre el deseo es distinta. En el Seminario 10, Lacan nos platea una diferencia entre objeto del deseo y el objeto causa del deseo, siendo dos construcciones lógicas sobre una mismo suceso. La falta, siendo la primera, la construcción que hace el sujeto y con la cual persigue, sufre, se siente feliz, anhela, no lo tiene, goza, mientras que el segundo es un objeto que no existe. Dos caras de un mismo evento, entonces podríamos pensar que el objeto que causa el deseo, es la misma fuente del deseo, la falta, la nada, entonces el deseo, como algo determinado, como concepto, como idea, no existiría y frente a esto es necesario sujetarse a algo, al deseo del Otro. Si partiríamos por acá, podríamos pensar que el deseo no tiene definición, entonces, qué hay del ¿deseo del analista?
Miller en el curso “El banquete de los analistas” en el capítulo III nos habla de dos grandes errores sobre la “intensión y la extensión”. En el primero, la intención se considera como a la elite y a la extensión como a la plebe; el segundo, derivado de esto, es considerarlos como dos conceptos por separado, ahí la pregunta sería entonces: ¿qué es la extensión? Miller plantea que “la extensión de un concepto designa los elementos que caen bajo su campo”[2], entonces, en este caso serían los componentes que lo conforman, los “analistas” y los no analistas. Ahora la intensión, dice Miller, “es la definición de dicho conjunto”. [3] En este caso la pregunta sería ¿qué es el psicoanálisis?, y como Miller plantea también, cabe la pregunta: ¿qué es un analista?
Esta pregunta no termina por tener un respuesta concreta, y no es que deba tenerla, tal vez ese es el secreto, que no se quiere ver, entonces, “el vacío de la intensión”[4], que es un término que Miller usa aludiendo a Lacan, produciría un llenado de la extensión, siempre y cuando no exista este concepto. “El analista no existiría” entonces, no habría fórmulas para los analistas y para la formación, así, todo aquel que se interese en este discurso podrá acercarse, hay libertad, una libertad de elección, pero si introducimos la palabra elección, también por añadidura estará la responsabilidad.
Miller en el mismo curso habla de la secta pitagórica,[5] que tenía su inconmensurable secreto, el cual solo pertenecía a sus miembros. Sus figurillas geométricas, en las palabras de Miller, eran su secreto, al estilo de un objeto preciado que daba forma a la misma matemática, solo los que conocían y mantenían este secreto eran los matemáticos, pero cuando este inconmensurable secreto se diluye en la extensión, y deja de ser solo de uso exclusivo de la intención, entonces se pone a cuestionamiento las mismas matemáticas, ¿quién podría ser matemático si no se sabe qué son las matemáticas?
Este desconocimiento acerca de las matemáticas produciría que la restricción sobre quien puede entrar a este banquete quede abierto, de la misma forma que mientras se tenga el concepto de ¿qué es el psicoanálisis? y por efecto ¿qué es un analista?, se tendrá una respuesta inconmensurable, con el valor del mismo objeto a, se mantendría la restricciónón de ¿quién podría entrar al banquete?, o sea, habría la medición de ¿quién? es o no es un analista, pero como Miller plantea la definición de que el analista no existe, entonces si no existe “el” analista, lo que queda es “un” analista, entonces, no hay el universal “el”, no hay fórmulas, no hay identificaciones que definan al analista, sino el “un” de la singularidad. Sobre esto Miller planteará que cada analista se autoriza a sí mismo, pero, ¿qué lo podría autorizar?, ¿cómo se podría autorizar? Una posible respuesta seria su compromiso al trabajo, a su propio análisis, con la revisión de textos y la transmisión de eso particular que se experimenta en el dispositivo analítico. Este compromiso no es un idea contractual, es el compromiso con eso que el uno por uno va encontrando en su propio recorrido, posiblemente el deseo.
Entonces, al no tener algo que defina ¿qué es el psicoanálisis? y ¿qué es un analista?, se tiene un agujero, un vacío de significación, agujero sobre el cual el uno por uno va construyendo algo, pero algo nuevo, quizá ahí podríamos encontrar algo acerca del deseo del analista, el mismo hecho de que no exista un significante que nombre al psicoanálisis y al analista, permite el movimiento y la renovación constante del deseo, pero el poder llevar a cabo esto tendrá también sus costos particulares, y se necesitara de cierto coraje, sobre esto Miller se refiere a que se trata de un analista cualquiera, pero el “cualquiera” no debe ser tomado como un “todos” sino, el “uno”, un sujeto que se analizó, se analiza y se analizará, que trabajó y dio cuenta de ese trabajo, si bien es un sujeto en análisis, hablamos también de un analizante, un sujeto que está sujeto a su falta, percatándose que es ese vacío que promueve el deseo. En otras palabras, no hay objeto del deseo, que su deseo estaba en otro lado, pero este nuevo “saber encontrado” podría llevarlo a construir una nueva forma de relacionarse con la vida, de poder ser habitado por una nueva convicción para poder inventar algo sobre este vacío, una nueva forma de vivirse, una nueva forma de relacionarse con el Otro. La formación y la Escuela podrían advenir a este lugar, alojando esta renovada orientación por la vida, dicho deseo no es puro, como Miller platea, debe ser un deseo impuro, con orientación, un deseo metonímico que cambia y se transforma, que permita encausar y re encausar el goce del cual tampoco está curado.
Podríamos decir que este deseo de un analista deberá construir una orientación, como se plateaba antes, la Escuela y la formación, podría ser un depositario de esta producción pero para esto uno irá cercando al deseo, hará falta darle cuerpo a su propio deseo, darle un cuerpo, una forma, no única, que pueda cambiar, que se pueda renovar, una forma a la medida de su ética, y un cuerpo para contener, para que fluya, y poder permitirse a uno mismo autorizarse a hacer algo con lo que encontró.
BIBLIOGRAFÍA
- MILLER, allain. “El banquete de los analistas”, paidos, primera, Buenos aires- Argentina
- LACAN, Jacques, Seminario 10 “La Angustia”, paidos, primer, Buenos aires- Argentina
- www.rae.es
NOTAS
- www.rae.es
- Miller, el banquete de los analistas, pag 48
- IDEM
- Miller, el banquete de los analistas, pag 51
- Miller, el banquete de los analistas, pag 56