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Juan Gris | Violin y guitarras

SEME

Laura Benetti

En estos tiempos que corren se puede escuchar con frecuencia en la consulta: se me escapó el hijo, se me perdió el hijo, se me enfermó el hijo. Seme es el rasgo que da cuenta de esa manera sutil de apropiación que parece adquirir el capricho materno. Intromisión de una insensatez que hace huella de una ley incontrolada, que pone al niño en posición de súbdito. Apuntemos también que se podría leer en ello una cierta reivindicación de derechos, tan en boga, cuya forma más radical en el Perú se aprecia en el slogan “con mis hijos no te metas”, con el cual los sectores más conservadores de la iglesia usan como insignia, para hacer campaña contra las políticas educativas que buscan introducir en el currículum escolar, la cuestión de género.

“Sigo dándome en Holocausto de la sombra de la Madre”. A. Pizarnik. Carta de abril de 1964.

“Entonces es cierto que la Muerte es una iniciación En el verdadero país de La infancia”. Carta de A. Pizarnik, Carta del 10 de Octubre 1965

El encierro en el síntoma marca la particularidad de cada uno, su locura de encierro en un mundo común. Solemos abrir un camino cuando no se encuentra lo que se busca. Me interroga la pregunta acerca de las locuras maternas. Algunas estaciones en el recorrido del cartel se han hecho cargo de dicho interrogante.

Lo común que se pesca como síntoma en nuestros días me acerca al rasgo de la pregunta. Un cierto delirio de apropiación aparece en algunos postulados que nos llegan del lado de los discursos imperantes. Soluciones que se ofrecen para ser consumidas, sin interpelación alguna.

Las redes sociales son un semillero donde cosechar lo que se impone como la loca idea de una buena madre en su estatuto universal y los semblantes necesarios para aquilatar esa obediencia.

Apego, lactancia a libre demanda, estimulación precoz, coach y escuela para padres. Modos de intromisión revestidos de buenas intenciones. Dogmas, doctrinas, y también ideales de empoderamientos. Esta abnegación tomada de cualquier lugar nos arroja algunos semblantes. En su reverso la nueva madre cocodrilo, aquella que da por sentado que es una mala madre. Como una lucha cuerpo a cuerpo desfilan recetas para atemperar lo que acucia en su reverso.

Difícil resulta entonces considerar lo femenino en este escenario. El empuje a la buena madre parece no poder alojar la violencia de un enigma. Dado que ello implica poder aceptar la soledad de una experiencia. La paradoja de que hay un imposible en juego y que requiere de una contingencia para ofrecer su propia alteridad. Lo radical de ese Heteros, y los vanos intentos de su erradicación. Constatamos, que ello asoma precisamente en ese forzamiento de segregación encubierta. Esconder las voces de lo femenino en el imperio materno derrapa en ciertas zonas misteriosas que podemos leer con la clave de la intromisión como una cara del infanticidio. Pensemos que la inconsistencia no se hace esperar y que adviene con un matiz que desconcierta a propios y ajenos. Siempre se recorta con la silueta del asombro lo que no entra en el imperativo de lo común, y arrebata la infancia.

El infanticidio en el centro de la cuestión. Eric Laurent nos propone considerar esa operación sin compasión.” Así como el crimen pasional es el punto central del amor femenino, el infanticidio lo es del amor maternal. Las mujeres no tienen la perversión en el sentido masculino, tienen, en cambio el infanticidio”.

La locura de hacer de un hijo deseo de falo absoluto, pareja única, librado en tanto objeto real al goce materno, Otro primordial, e imaginario donde se deposita el narcicismo materno, lo que vendría a cubrir la falta; se entrelaza con formas peculiares de cerrar el acceso a un modo de gozar en el encuentro con un hombre. Tomado como rehén se interpone en la alcoba como si se tratara de una frontera. Se trata de un tener sintomático como nos recuerda Marcelo Barros en su texto La madre apuntes Lacanianos, un tener ligado a una preocupación obsesiva por su performance.

Es oportuno recordar la alianza que aceptan algunos padres, asistiendo al espectáculo de esta pareja única que se impone con su altruismo, dando como resultado un cierto colaboracionismo.

Allí radica a mi gusto, la herejía de este saber tomado de la experticia imperante que seduce con su oferta de devaluar cualquier vestigio que aloje lo dispar. Lo homogéneo como ideal en el lazo social, esconde su propuesta, de un feroz rechazo del goce femenino. Es una de las formas que la nueva ilustración- cursando sus invitaciones a ser feliz autorizándose en su derecho a gozar-, introduce con esos mandatos insensatos que se pueden leer en sus manuales de divulgación –coach. Ello empata con el anhelo de niños sin síntomas, ausencia de la dialéctica de la frustración, imposibilidad de acceso a un lugar deseante. En aras de que no se mancille el buen desempeño de una madre y su valiosa performance. Para que no se traume el hijo, para que pueda vivir de esa loca idea de homeostasis que la época favorece con sus ofertas de consumo. Miller nos recuerda en su texto “Clínica del Superyó”: “que hay que tener claro que al valorizar la función de la madre estamos valorando la incidencia traumatizante del goce puro”. Obturando un saber que podría abrir a la fértil oportunidad de un desafío, o de una hostilidad diferenciadora que habilitara el juego de los atributos femeninos en su potencia incomparable.

Vale la pena recordar que una madre no es adecuada a su función más que a condición de seguir siendo una mujer. La toda madre parece querer rehusar de encontrase con su división. Y producir un rechazo manifiesto de los dones del amor y de la palabra. Podríamos inferir a partir de ello el postulado insidioso que fundamenta: hacer elogio de la violencia contra las mujeres

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