¿Qué es el goce?, ¿qué sucede con el troumatisme en la infancia?, ¿qué hay de las respuestas subjetivas posibles a éste?, ¿qué sucede con estos elementos en el tratamiento analítico? Al encontrarme con la última enseñanza de Lacan, opto por tomar como inicio y punto base los conceptos con los que inicia la elaboración de su teoría [1]. A partir del planteamiento allí realizado en tanto la locura como posición subjetiva gracias a la insondable decisión del ser puesta en juego, sin dejar de lado la libertad y no como consecuencia de lo orgánico, hallo la pregunta que dirigirá mi trabajo en el cartel: ¿qué sucede con la insondable decisión del ser a propósito de la dirección de la cura? Complemento: ¿se tratará de un solo momento en la vida del sujeto, o se efectuará en varias oportunidades?, ¿estará relacionada únicamente con la estructura que ocupará el sujeto, o también podría relacionarse con las posiciones subjetivas con las que consiente, o no, las interpretaciones del analista?
Desde la demanda de análisis existe “un indispensable elemento de iniciativa, de autoafirmación” [2] que señala a, posiblemente, un deseo decidido, que Lacan había formulado como un efecto dependiente de una causa, es decir, algo inserto en la causalidad. Esta voluntad libre implicaría traer consigo un deber, que en Freud lo encontramos como el Wo es war, soll Ich werden. Miller continúa: “Esta decisión repercute a lo largo de todo el curso del análisis, ya que éste se procura una transformación, un cambio y hasta una mutación cada vez que el analista introduce una interpretación”.
La insondable decisión del ser implicaría, entonces, cómo es que el sujeto se posiciona en frente al agujero, al troumatisme, y qué forma de habitar el lenguaje le permite elaborar una respuesta. Tendríamos por un lado la forclusión del Nombre del Padre y la psicosis, y por otro la inscripción de éste y el fantasma neurótico. Pero hay algo que va más allá de la estructura, que viene a ser el abordaje del goce.
Un joven quien sufre de “sentimientos extremos”, de manía y de melancolía, cuenta cómo una escena de su infancia ha sido el punto de inicio: ver a su padre convertirse en otro cuando se emborrachaba. De ser un hombre alegre y juguetón, pasaba a ser uno violento con los otros y consigo mismo. Este caso me permite atisbar algo del retorno de lo real de la escena infantil que se torna en el goce melancólico, sin que medie el recurso simbólico que dé lugar a una dialéctica o relativización. Al no existir un consentimiento, una Bejahung [3] del Nombre del Padre, la respuesta del sujeto es el delirio de indignidad, refiriendo constantemente el no merecer la vida.
El sujeto del psicoanálisis es un sujeto de la ética, señala Miller. Esto conduce a interrogarme: ¿el analista interpreta el deseo del sujeto?, ¿qué interpreta el analista?, ¿qué hace que un sujeto consienta o no los significantes que el analista le devuelve?, ¿qué sucede con el goce del sujeto?
Escuchar el rasgo de los cartelizantes tiene ahora, al final del trabajo del cartel, el efecto de continuar con las anteriores preguntas. Estos rasgos trataban del silencio, del goce superyoico, del goce femenino, la ficción y de las enseñanzas de los testimonios del pase. A partir de esos puntos, me llevo una especie de norte que ahora impulsa mi curiosidad: ¿qué pasa con la transferencia? En tanto existe una insondable decisión del ser que se hace presente a lo largo del análisis, en tanto existen también silencios, construcciones, y disrupciones de goce, ¿qué sucede con la transferencia con el analista? Si en el psicoanálisis se habla de amor y la transferencia es el motor del trabajo, ¿qué quiere decir ésto?, ¿Será que el trabajo bajo transferencia es lo que permite tratar algo del goce?
- Lacan, J., Escritos Tomo 1, Acerca de la causalidad psíquica, Siglo XXI, Argentina, 2003, p.142
- Miller, J.A., “Causalidad y libertad”, Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, p.9
- Miller, J.A., “El sujeto del psicoanálisis”, Causa y consentimiento, Paidós, Buenos Aires, 2019, p. 23
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